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Capitalizar el tiempo 2>

El mes de junio se inauguró en Roma con el “Jubileo de la familia, niños y ancianos”. Incluye a todas las familias del mundo sean de cualquier credo, porque la humanidad proviene de una primera familia en la que todos nos hermanamos. Aunque con el paso del tiempo hayamos adquirido distintas costumbres, estar dispersos y haber producido variadas culturas, tenemos un ADN de origen idéntico.

El futuro de la humanidad, esto es de la suma de todas las personas depende de la familia. Quien encuentra cobijo, seguridad, compañía, comprensión en ese entorno, es porque también esa persona es un elemento que cuida y practica esas cualidades. Esta descripción no es un sueño iluso sino una realidad que puede deteriorarse, pero con la buena voluntad de los miembros que la componen se puede rehacer. Quien se sale de tono rectifica y pide perdón, los demás le perdonan y todos se ayudan a mejorar. La unidad de los miembros de una familia es un auténtico escudo que protege de todo tipo de males que dividen o matan.

Al inicio la vida humana es muy frágil en todos los aspectos, aunque el más fácil de detectar es el físico, también el psíquico requiere de la estabilidad de las mismas personas y eso queda garantizado con la presencia del padre y de la madre. Esos contactos dan los primeros indicios de la comprensión de su identidad sexual, así el bebé niño intuye identidad con su padre y diferencia con su madre, y el bebé niña intuye identidad con su madre y diferencia con su padre.

El Papa León XIV en el Jubileo dijo a las familias que al nacer necesitamos de los demás para vivir, continuó: “Solos no lo hubiéramos logrado. Se lo debemos a alguien más, que nos salvó, se hizo cargo de nosotros, de nuestro cuerpo y también de nuestro espíritu”, y agregó: “Todos nosotros vivimos gracias a una relación, a un vínculo libre y liberador de humanidad y cuidado mutuo. Es cierto que, a veces, esta humanidad se ve traicionada. Por ejemplo, cuando se invoca la libertad no para dar vida, sino para quitarla; no para proteger, sino para herir”.

Somos testigos de el bien o el mal que se puede realizar dentro de las familias y hemos de poner los medios para fomentar el bien y desterrar el mal. Nuestra dedicación a esta finalidad es una forma de capitalizar el empleo de nuestro tiempo.

Otro modo de capitalizar el tiempo es dar a conocer la siguiente propuesta de Su Santidad: “el mundo de hoy necesita la alianza conyugal”. Especialmente en dos frentes, “conocer y acoger el amor de Dios, y superar, con su fuerza que une y reconcilia, las fuerzas que destruyen las relaciones y las sociedades”.

El pontífice se dirigió a los esposos para remarcar que “el matrimonio no es un ideal, sino el modelo de verdadero amor entre el hombre y la mujer: amor total, fiel y fecundo” que capacita a los esposos “para dar vida a imagen de Dios”.

Para ser felices necesitamos la alegría y el olvido de sí 2>

Nosotros somos los directamente responsables de nuestra vida, y en gran parte de todo aquello que nos rodea: la familia, el grupo -para trabajar en equipo-, la organización en la que trabajamos, el país y la humanidad entera. Ninguno de nuestros actos es un hecho aislado, lo que hacemos nos modifica y tiene repercusiones en los demás.

Por este motivo, es imperativo que nos preguntemos: ¿quién soy? ¿cuál es mi fin? ¿dónde me encuentro ahora? ¿hacia dónde quiero ir? ¿qué debo hacer para alcanzar mi meta? En definitiva, lo que buscamos todos es la felicidad. Nada hacemos, si no es motivado por el deseo de ser felices.

Son innumerables las personas que lo saben y pocas las que trabajan objetiva y certeramente para alcanzarla. Es más, debemos estar relativamente felices, si nuestro camino vital es el correcto, porque la felicidad completa la encontraremos solo en la otra vida, cuando gocemos eternamente de Dios.

Aquí, en la vida actual, se trata de diseñar y llevar a la práctica un plan de vida que nos marque el camino para una administración de nuestra vida personal, en los siguientes aspectos: espiritual, familiar, profesional, social y económico.

La riqueza, la fama y el poder son solo herramientas que pueden ayudar o perjudicar –según las manejemos- a nuestro propósito vital: la felicidad.

Todo lo que se necesita es enfocar el futuro con una visión clara de lo que se quiere lograr, seguido de una misión que dignifique lo que pretendemos. Indudablemente la visión y la misión –que son indesligables-, están incluidas dentro de la vocación. Esa llamada que nos hace el Ser Supremo para que vayamos por de determinado carril, cumpliendo nuestra misión, en esta vida. Cada quien tiene que llevar a cabo en su vida una misión personalísima.

n compararnos con nadie, pues somos únicos e irrepetibles, hemos de trabajar en el conocimiento de uno mismo, y conociéndonos a nosotros, conoceremos a los demás en cuanto a sus capacidades y aptitudes, especialmente como seres humanos que tenemos una altísima dignidad, pues hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios.

Este artículo trata de comentar unas cuántas ideas que nos lleven a responder a nuestra misión, con responsabilidad personal.

También hemos de conocer nuestras fuerzas y debilidades, amenazas y oportunidades que afectan tanto nuestro ser interno como el mundo externo.

Elementos vitales para el desarrollo personal:

Virtudes:

Fe: Tal como sea nuestra fe, es lo que lograremos. Necesitamos tener una fe gigante, para lograr cosas grandes. Debe ser una fe anclada en la realidad. Poniendo en primer lugar a Dios.

Optimismo: el primer acto de optimismo consiste en enfrentarse a la realidad y ver en ella lo que pretendemos lograr, con la confianza de que lo lograremos. Las dificultades se superan con inteligencia y constancia.

Alegría: Es tan importante, que sin ella no podemos hacer nada. La alegría habla de plenitud, de generosidad, de la capacidad de darse a los demás.

“La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos de nuestro Padre-Dios”  (san Josemaría Escrivá, 1902 -1975).

“Dormí y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida era servicio. Serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría” (Rabindranath Tagore, 1861 – 1941).

Esperanza: Es la certeza de que lograremos alcanzar aquello que nos proponemos. Es enemiga del desaliento y de la tristeza.

Amor: Es querer -con obras- el bien del otro.

Mejorar las virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Hemos de acompañar la justicia con el amor, porque la justicia a secas, puede dejar heridas emocionalmente a las personas.

Habilidades:

Actitud mental positiva: Significa decir “sí” a la vida. A todo lo negativo cortarle su fuente de abastecimiento.

Creatividad: abrirse a todas las posibilidades que impliquen una mejoría.

Entusiasmo: emprender acciones con energía, atención, intensidad y concentración.

Buena administración del tiempo: cuidar el presente, sabiendo que lo que hacemos hoy, será lo que tendremos en el futuro. “Haz lo que debes, y permanece en lo que haces”, es la clave.

Método:

Es el camino. Puede ayudarnos realizándolo por  amor y como motivación constante:

  • Clarificar el objetivo de la vida.
  • Describir la situación actual.
  • Concretar la viabilidad de las diferentes alternativas de mejora.
  • Ejecutar la acción.
  • Verificar si el avance va de acuerdo con lo planeado.
  • Corregir las desviaciones.
  • Formar un hábito de la acción exitosa.
  • Comprobar que la excelencia es un hábito que debo mejorar de manera constante
  • Tratar a Dios, dispuestos a cambiar para hacer lo que Él nos pide.

Lo dicho anteriormente implica una buena dosis de olvido de sí mismo, en el que el otro (prójimo) ocupará el vacío que he puesto a su disponibilidad.

Crecer en excelencia siempre implica un incremento en mi felicidad, sobre todo porque soy directamente responsable de mi vida, la cual adquiere significado en la medida en que soy fiel a mi misión, que siempre incluye el ayudar al prójimo en forma tan importante como ayudarme a mí mismo.