
El mes pasado se vivió en Roma el “Jubileo de la familia, niños y ancianos”. Y por supuesto hemos de recordar aspectos que dieron en el centro de nuestro corazón, pues la familia es el modo totalmente adecuado para vivir como seres humanos. Lógicamente hay problemas, pero eso también es humano, a veces somos los que provocamos el problema, otras veces lo resolvemos.
El asunto es que hay un día para festejar a las madres, en el mes de mayo en nuestro país, y en el mes de junio al padre, también en nuestro país. Y sin embargo todos somos hijos, no nos festejamos porque al celebrar al padre o a la madre participamos de la alegría de verlos disfrutar y eso nos compensa con creces.
Sin embargo, todas las personas y todos los días somos hijos y conviene revisar preguntándonos ¿qué tipo de hijo soy? No se trata de justificar nuestra conducta porque tal vez no fuimos los preferidos, o porque mi temperamento es muy distinto al de mis padres, o debido a la ausencia de uno o de los dos progenitores, y mil razones más que tal vez sean muy justificables.
Lo que importa es agradecer la propia vida. Y no confundir vida con entorno. Nuestra realidad es que nacimos y por eso somos un ser humano a imagen y semejanza del Creador. Por nacer no fuimos descartados y nos dieron voz y la posibilidad de desarrollarnos, aunque afrontemos muchas dificultades. Y lo más importante es que tenemos un sitio en el cielo. Lo primero y lo último son tesoros que compensan todos los problemas.
Esto es una realidad olvidada, y por eso durante años hemos escuchado quejas e incluso lo más grave es ser testigos de la facilidad con la que se reniega de haber nacido y de llegar a odiar a los progenitores por traernos al mundo a sufrir. Urge rectificar.
El modo de sanar las heridas, si es que nuestra vida ha sido muy dura, es tener presente lo que nos espera después de esta vida. Eso lo hicieron realidad nuestro padre y nuestra madre: el premio ya está. Nosotros lo tenemos que alcanzar con un recorrido honesto, aunque el entorno sea adverso. Por lo tanto, no confundir vida recta con una sociedad corrupta.
Y para asegurar un buen recorrido hemos de empezar por agradecer a nuestra madre y a nuestro padre habernos dado la oportunidad de nacer. A continuación, disponernos a ayudarlos en lo que podamos para que ellos mismos valoren su propia vida y le den un buen rumbo si no lo tienen hasta la fecha.
Y si planeamos traer hijos al mundo, tener presente la realidad de que también podrán alcanzar el sitio preparado para ellos. Ayudarles a que se encaminen en esa dirección será empezar a gozar anticipadamente del premio futuro. Todo esto es una realidad que compensa todos los problemas y dificultades que proporcionalmente son mínimos ante una eternidad gozosa.