Es justo lo que nuestro Premio Nobel de Literatura (1990), Octavio Paz, señala en su libro “El Laberinto de la Soledad”: el hombre contemporáneo parece esconderse detrás de “una máscara y detrás otras máscaras, pero en el fondo subyace el vacío, el hastío y la infelicidad”.
Una persona madura es eficaz y eficiente: tiene propósitos y objetivos, no puede darse el lujo de perder el tiempo. Posee la capacidad de enfrentarse a las desgracias, frustraciones, molestias y derrotas sin lamentaciones o colapsos.
“La familia es una sociedad estable que tiene por objeto la propagación de la especie humana, y en la que sus miembros, por medio de la comunidad de vida y amor, hacen frente a las necesidades materiales y morales de la vida cotidiana”.
Los primeros se comportan como las veletas en los tejados, se mueven al son de cualquier viento y en vez de buscar lo que a la comunidad le hace falta, se ponen a pensar en los términos de que resulta muy gratificante recibir alabanzas y aplausos.
Sobre esas adicciones comenta: “Pienso que nos hacen esclavos, siempre insatisfechos y devoran energía, bienes y afectos”. Recuerdo a un pobre hombre de 55 años que, para “engancharlo y hacerlo adicto, le regalaban un pequeño sobre con cocaína gratuitamente.