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León XIV: ¿conservador o liberal? 2>

Dr. Alejandro Sada

Universidad Panamericana

Artículo de La Crónica de México: https://www.cronica.com.mx/cultura/2025/05/12/leon-xiv-conservador-o-liberal/

“¿Qué podemos esperar de León XIV? ¿Será un papa conservador o liberal?”, me preguntó un amigo ayer en la sobremesa. Como hemos podido constatar en los últimos días, esas son, en efecto, las categorías más comunes para intentar ubicar a un pontífice en el mapa ideológico contemporáneo. Sin embargo, se trata de un marco inadecuado, pues traslada conceptos del lenguaje político a una realidad espiritual que excede esa dicotomía y no se deja encasillar por ella.

Usamos los calificativos “conservador” o “liberal” para referirnos a realidades muy distintas. En el imaginario colectivo, Benedicto XVI se ha convertido en un ícono del papa conservador, que mantiene una fidelidad rigurosa a la tradición y se preocupa enfáticamente por la formulación clara de la doctrina y el cuidado de la liturgia; Francisco, por su parte, encarna el tipo del papa progresista, abierto al diálogo con el mundo y preocupado más por manifestar una cercanía de pastor que por las formulaciones doctrinales.

Es justo reconocer que, en efecto, Benedicto y Francisco han tenido estilos diferentes y que sus respectivos pontificados han puesto el énfasis en aspectos diversos de la riqueza del Evangelio. De forma elocuente, a Benedicto se le ha llamado el papa de la verdad o de la razón, mientras que a Francisco lo identificamos como el papa de la misericordia. Podríamos decir que uno ha tenido un perfil más doctrinal y el otro más pastoral. Aunque no debemos olvidar que todo pontificado es, en su raíz, doctrinal y pastoral, pues refleja la misión de Cristo, que es a la vez Verbo eterno y Buen Pastor. La diferencia de acentos en los dos pontificados no significa que a Benedicto no le haya interesado la dimensión pastoral de la Iglesia ni que Francisco se haya desentendido de la doctrina. Más aún: lo doctrinal y lo pastoral, la verdad y el amor, se requieren mutuamente. No pueden existir por separado. Un anuncio de la verdad sin misericordia terminaría siendo rígido y cruel; un acercamiento misericordioso sin verdad degeneraría en un sentimentalismo vacío. La verdad y la caridad solo pueden existir juntas.

La tradición de la Iglesia siempre ha sostenido que la verdad debe anunciarse con claridad y firmeza, al mismo tiempo que la misericordia hacia las personas debe ser plena y radical. Agustín, por ejemplo, decía: “Ama al pecador, pero odia el pecado”; expresando la misma idea, Fulton Sheen afirmaba que “la tolerancia debe aplicarse solo a las personas, pero nunca a los principios” y que, a la inversa, “la intolerancia debe aplicarse solo a los principios, pero nunca a las personas”. Cuando esto no se comprende correctamente, un acto de misericordia y comprensión puede interpretarse como permisivismo o traición a los principios. Así, por ejemplo, cuando Francisco pronunció su famoso “¿quién soy yo para juzgar a un gay?”, muchas personas quisieron ver en este gesto una aprobación de la homosexualidad. Sin embargo, como el mismo Francisco dijo, solo estaba parafraseando el Catecismo de la Iglesia Católica, que en una misma página afirma que los actos homosexuales “son contrarios a la ley natural” y que las personas con atracción hacia el mismo sexo deben ser “acogidas con respeto, compasión y delicadeza” (§§ CIC 2357–2358). Por eso, en otro momento aclarará sin ambigüedades: “Ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia”.

Por otro lado, la claridad doctrinal de Benedicto no debe interpretarse como una falta de amor o de comprensión, o como una rigidez. También el papa alemán nos exhortaba a aprender de Jesús “a no juzgar y a no condenar al prójimo”. Sin embargo, esta actitud misericordiosa solo puede sostenerse desde la verdad, que nos enseña “a ser intransigentes con el pecado —¡comenzando por el nuestro!— e indulgentes con las personas”. Benedicto sabía muy bien que anunciar la enseñanza moral también es un acto de caridad, aunque sea polémico y difícil de aceptar. El pecado debe poder identificarse con claridad para que podamos hacerle frente, y no porque se trate de una restricción arbitraria de la Iglesia, sino porque objetivamente impide el desarrollo humano y no deja a la persona desplegar la plenitud de su potencial.

Hay, pues, una continuidad dinámica entre el énfasis doctrinal de Benedicto y el pastoral de Francisco. Los respectivos acentos no deben entenderse como categorías políticas, sino como dos aspectos de un mismo Evangelio, que siempre deben armonizarse en un delicado equilibrio. Con esta perspectiva, retomemos la pregunta inicial: ¿Qué podemos esperar de León XIV? La elección del nombre nos ofrece una gran señal. Según sus propias palabras, hay varias razones que lo explican, pero la principal es que, así como León XIII tuvo que afrontar la cuestión social en el contexto de la gran revolución industrial, hoy la Iglesia debe responder “a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y del trabajo”. En otras palabras, así como León XIII supo dar una respuesta profética a los desafíos de su tiempo con la inauguración de la doctrina social de la Iglesia, el nuevo papa parece orientarse hacia una renovación de ese mismo impulso, profundizándolo para arrojar luz sobre los complejos desafíos antropológicos, sociales y culturales de nuestra generación. Este desafío requiere un sólido planteamiento doctrinal y una orientación pastoral preocupada por el ser humano concreto de hoy.

El Papa ha situado su pontificado en continuidad con el de su predecesor, adherido a un camino que “desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”. De modo que su propia autocomprensión no se corresponde con la de aquellos que quieren entender a Francisco en clave progresista, como opuesto a Juan Pablo II y a Benedicto XVI. Para el papa León, no es verdad que estos últimos impidieron la puesta en marcha del Concilio y que, por fin, Francisco dejó atrás el lastre de la resistencia a la modernidad. No. Se trata de un camino continuo, que enfatiza diferentes aspectos de la riqueza de un único Evangelio y que avanza en su “diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo”. Verdad, justicia, paz y fraternidad: estos son los principios evangélicos que animarán el pontificado de León XIV. Verdad y caridad de la mano.

 

Dr. Alejandro Sada

Profesor investigador de la Universidad Panamericana. Tiene un Doctorado en Filosofía por la Universidad de Navarra y una Maestría en Filosofía por la UNAM. Entre sus títulos más recientes destacan los libros: Asentimiento y certeza en el pensamiento de John Henry Newman: una defensa de la creencia religiosa (Nun 2021); Sentido y verdad: hacia una nueva comprensión de la filosofía desde el pensamiento de Joseph Ratzinger (BAC). Actualmente dirige un grupo de investigación internacional sobre la relación entre filosofía y teología en el pensamiento de Joseph Ratzinger.

 

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Para ser felices necesitamos la alegría y el olvido de sí 2>

Nosotros somos los directamente responsables de nuestra vida, y en gran parte de todo aquello que nos rodea: la familia, el grupo -para trabajar en equipo-, la organización en la que trabajamos, el país y la humanidad entera. Ninguno de nuestros actos es un hecho aislado, lo que hacemos nos modifica y tiene repercusiones en los demás.

Por este motivo, es imperativo que nos preguntemos: ¿quién soy? ¿cuál es mi fin? ¿dónde me encuentro ahora? ¿hacia dónde quiero ir? ¿qué debo hacer para alcanzar mi meta? En definitiva, lo que buscamos todos es la felicidad. Nada hacemos, si no es motivado por el deseo de ser felices.

Son innumerables las personas que lo saben y pocas las que trabajan objetiva y certeramente para alcanzarla. Es más, debemos estar relativamente felices, si nuestro camino vital es el correcto, porque la felicidad completa la encontraremos solo en la otra vida, cuando gocemos eternamente de Dios.

Aquí, en la vida actual, se trata de diseñar y llevar a la práctica un plan de vida que nos marque el camino para una administración de nuestra vida personal, en los siguientes aspectos: espiritual, familiar, profesional, social y económico.

La riqueza, la fama y el poder son solo herramientas que pueden ayudar o perjudicar –según las manejemos- a nuestro propósito vital: la felicidad.

Todo lo que se necesita es enfocar el futuro con una visión clara de lo que se quiere lograr, seguido de una misión que dignifique lo que pretendemos. Indudablemente la visión y la misión –que son indesligables-, están incluidas dentro de la vocación. Esa llamada que nos hace el Ser Supremo para que vayamos por de determinado carril, cumpliendo nuestra misión, en esta vida. Cada quien tiene que llevar a cabo en su vida una misión personalísima.

n compararnos con nadie, pues somos únicos e irrepetibles, hemos de trabajar en el conocimiento de uno mismo, y conociéndonos a nosotros, conoceremos a los demás en cuanto a sus capacidades y aptitudes, especialmente como seres humanos que tenemos una altísima dignidad, pues hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios.

Este artículo trata de comentar unas cuántas ideas que nos lleven a responder a nuestra misión, con responsabilidad personal.

También hemos de conocer nuestras fuerzas y debilidades, amenazas y oportunidades que afectan tanto nuestro ser interno como el mundo externo.

Elementos vitales para el desarrollo personal:

Virtudes:

Fe: Tal como sea nuestra fe, es lo que lograremos. Necesitamos tener una fe gigante, para lograr cosas grandes. Debe ser una fe anclada en la realidad. Poniendo en primer lugar a Dios.

Optimismo: el primer acto de optimismo consiste en enfrentarse a la realidad y ver en ella lo que pretendemos lograr, con la confianza de que lo lograremos. Las dificultades se superan con inteligencia y constancia.

Alegría: Es tan importante, que sin ella no podemos hacer nada. La alegría habla de plenitud, de generosidad, de la capacidad de darse a los demás.

“La alegría que debes tener no es esa que podríamos llamar fisiológica, de animal sano, sino otra sobrenatural, que procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos de nuestro Padre-Dios”  (san Josemaría Escrivá, 1902 -1975).

“Dormí y soñé que la vida era alegría; desperté y vi que la vida era servicio. Serví y descubrí que en el servicio se encuentra la alegría” (Rabindranath Tagore, 1861 – 1941).

Esperanza: Es la certeza de que lograremos alcanzar aquello que nos proponemos. Es enemiga del desaliento y de la tristeza.

Amor: Es querer -con obras- el bien del otro.

Mejorar las virtudes cardinales: prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Hemos de acompañar la justicia con el amor, porque la justicia a secas, puede dejar heridas emocionalmente a las personas.

Habilidades:

Actitud mental positiva: Significa decir “sí” a la vida. A todo lo negativo cortarle su fuente de abastecimiento.

Creatividad: abrirse a todas las posibilidades que impliquen una mejoría.

Entusiasmo: emprender acciones con energía, atención, intensidad y concentración.

Buena administración del tiempo: cuidar el presente, sabiendo que lo que hacemos hoy, será lo que tendremos en el futuro. “Haz lo que debes, y permanece en lo que haces”, es la clave.

Método:

Es el camino. Puede ayudarnos realizándolo por  amor y como motivación constante:

  • Clarificar el objetivo de la vida.
  • Describir la situación actual.
  • Concretar la viabilidad de las diferentes alternativas de mejora.
  • Ejecutar la acción.
  • Verificar si el avance va de acuerdo con lo planeado.
  • Corregir las desviaciones.
  • Formar un hábito de la acción exitosa.
  • Comprobar que la excelencia es un hábito que debo mejorar de manera constante
  • Tratar a Dios, dispuestos a cambiar para hacer lo que Él nos pide.

Lo dicho anteriormente implica una buena dosis de olvido de sí mismo, en el que el otro (prójimo) ocupará el vacío que he puesto a su disponibilidad.

Crecer en excelencia siempre implica un incremento en mi felicidad, sobre todo porque soy directamente responsable de mi vida, la cual adquiere significado en la medida en que soy fiel a mi misión, que siempre incluye el ayudar al prójimo en forma tan importante como ayudarme a mí mismo.

La Auténtica Amistad (1 de 2) 2>

Para encontrar un amigo, lo primero es interesarnos por algo en común: y más tarde o más temprano –con el trato mutuo-  surgirá la amistad. Los amigos se miran a los ojos, porque existe confianza mutua: ¡Qué bueno que existas!

¿Y la antipatía?

Depende de uno. Cuando se dan cuenta de que en verdad se quieren, la antipatía desaparece. Es uno de los modos de manifestarse el amor mutuo.

Los hombres coaligan sus vidas para cumplir una misión.

“¡Pobre del que está solo, que si cae no tiene quien le levante!” (Anónimo). En vez de tener un amigo, ¿no sería mejor no tener a nadie? Esto es la soledad, totalmente opuesta a un amor limpio.

La amistad implica amor y comprensión, más que en recibir es darse. Sólo Dios no necesita del amor de nadie, porque es Amor. La amistad “es la premisa indispensable para lograr captar la realidad de la vida y alcanzar la consiguiente plenitud existencial” (J.B. Torelló. Psicología abierta).

 El hombre es un ser indigente e inacabado, abierto a Dios y a los demás. La persona humana, como ser creado es susceptible de perfeccionamiento. Nadie se perfecciona solo, intervienen en su vida: las cosas, los hechos -sobre todo- las personas.

Si cada uno de nosotros no es Dios, está claro que no nos bastemos para alcanzar por sí mismo la perfección a la que hemos sido llamados. Pero no basta saberlo, es imprescindible, que estemos profundamente convencidos.

“En el amor de amistad, el amante está en el amado en cuanto juzga como suyos los bienes o los males del amigo, y la voluntad de éste como suya de modo que parece sufrir en su amigo los mismos males y poseer los mismos bienes” (Santo Tomás de Aquino).

“En un cristiano, en un hijo de Dios, amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor” (san Josemaría Escrivá, Surco, n.565). “No basta ser bueno, has de parecerlo. ¿Qué dirías de un rosal que no produjera más que espinas” (Surco, n.735)

“Dios busca colaboradores de Él, en la tarea de nuestra salvación: Del amor de Dios, se origina una dimensión de amor entre los hombres, participación del amor divino. Quien no ama a su hermano a quien ve, ¿cómo amará a Dios a quien no ve?  Nadie tiene amor que supere a éste: dar uno la vida por su amigo” (cfr  Jn 5, 13-14).

“El amigo es otro yo. Sin amistad el hombre no puede ser feliz” (Aristóteles). “El verdadero amigo es aquel que a pesar de saber cómo eres te quiere” (Anónimo).

“El que tiene un amigo verdadero puede decir que tiene dos almas” (Anónimo). “Una de las alegrías de la amistad es saber en quien confiar” (Alejandro Manzoni). Hay un proverbio que dice: Un amigo que deja de serlo, es que no lo ha sido nunca.

Vivir la alegría, resolviendo: las dificultades del camino 2>

Desechemos las ideas que nos parecen imposibles. Llegará el momento en que –cuando se nos presenten- lucharemos contra ellas, para convertirlas en viables. Tampoco fabriquemos montañas inaccesibles en nuestra imaginación cuando queramos conseguir algo valioso. Esas montañas -casi siempre- son granitos de arena, que superaremos con constancia, con más o menos dificultad, si nuestra visión de la vida es objetiva, positiva y alegre.

No nos compliquemos pensando en miserias futuras, cuando lo que pretendemos son cosas buenas.

La experiencia demuestra que muchos males o problemas sin solución: nunca ocurrieron: y toda la energía y tiempo empleada para prepararnos para tal confrontación, resultaron inútiles. La desesperanza –entre otras cosas- se puede exteriorizar en una desgana por el trabajo o en mal humor, que hemos de quitarnos para trabajar alegremente.

Consideremos el sentido positivo de que nada de lo que hacemos se pierde.  No nos compliquemos la vida pensando en miserias pasadas negativas, considerando que la experiencia futura así será: Jamás aceptar la retórica de los “ojalás”.

Quien se preocupa demasiado por el pasado cae en la mentalidad enfermiza de examinar la cadena de los pasados fracasos como algo indeseable, siendo que de ella adquirimos experiencia para hacer las cosas bien en el presente, el cual debe ser alegre. El futuro hay que construirlo trabajando con prudencia.

Hemos de atenernos a la realidad más material e inmediata, teniendo siempre presente la panorámica del futuro a largo plazo. Por ello, Lo verdaderamente importante es el cumplimiento de nuestro deber de cada instante.

Este presente es el que tenemos que dominar. Pensando, y hacerlo realidad, con nuestra voluntad y lucha, en un ambiente de alegría genuina y auténtica.

Es preciso luchar y olvidarse de sí mismo para conseguir vivir la alegría y para alcanzarla:, vivir primero la esperanza: no seamos aguafiestas, intentemos ser positivos.

Todos buscamos a Dios, no podemos cansarnos en la búsqueda.  La vida no es un camino insoportable, que conduce solo a la muerte sin sentido. La muerte es solo un cambio de casa. No es raro que se caiga en la tristeza, cuando se pierde la alegría de vivir.

La única forma de ser positivo y alegre es rectificando nuestra intención, en todos nuestros actos. El camino: buscar siempre a Dios en las tareas cotidianas.

Algunas ideas básicas sobre la amistad 2>

El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y bienestar del otro. La amistad auténtica es la que sabe compartir esta alegría, sin el más leve rastro de envidia. Es amigo aquel que comparte los gozos y las penas. El amigo es el otro: la felicidad y el dolor ajeno, pero hechos propios. Para ser dichoso, el hombre necesita de los otros.

Todas las formas de amor genuino son participación del amor de Dios (cfr  Apc 3, 19-20). Por ello, amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.

Debemos amar a las personas como son, incluso sus defectos: si los queremos de verdad, desearemos que el amigo supere los defectos. La solución nunca está en la violencia, sino animando a mejorar.

Es sintomático -de la verdadera amistad-, manifestarle esos defectos en una conversación sincera e íntima. Es preciso que el amigo se decida a luchar –convenciéndose él mismo- de la necesidad de esa lucha. Esto requiere paciencia y comprensión, siendo exigentes, enfrentando al amigo con la realidad.

El consejo facilita la libertad: aporta nuevos elementos de juicio, que enriquecen las posibilidades de elección. Es el momento de comprender al amigo y estar a su lado, para animarle a superar el obstáculo, sacando el mejor bien posible de los defectos, transformándolos en virtudes. Rectificar siempre es necesario.

El amor abarca a la persona entera. Aunque en la amistad no se da una verdadera intimidad (esta la tendremos solo con Dios), es en el amigo con quien se habla sinceramente y se piensa en voz alta. No obstante, la amistad debe salvarse, aunque no se compartan las creencias.

Si las ideas son opuestas, al menos el afecto debe unir la amistad, porque es mejor esto que nada.

La verdad existe, es inmutable, hay que descubrirla y abrirse a ella:   son los dogmas. No puede cederse en los dogmas, que son verdades centrales. La humildad es la verdad.

“No podemos admitir el miedo a la ciencia, porque cualquier labor, si es verdaderamente científica, tiende a la verdad. Y Cristo dijo: Ego sum veritas (san Juan 14, 16) Yo soy la verdad” (san Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 10)

Lo opinable, son verdades parciales. Los hechos admiten interpretaciones.   Lo que se pide es ser consecuente con lo propio y estar dispuesto a dejarlo si alguien nos convence de lo contrario. Ayudar al amigo. Para ello es necesario de una actitud de olvido de sí mismo y de ayuda al otro. El amor debe prevalecer y centrarse en la persona: “qué maravilla que existas”.