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alegría Archivos - Página 2 de 7 - Somos Hermanos

ALEGRÍA, OPTIMISMO Y BUEN HUMOR EN TODOS LOS MOMENTOS DE LA VIDA 2>

Desde el punto de vista psicológico, la alegría supone un sentimiento en el que lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es considerado como un don (ya sea una cosa, un ser, un acontecimiento). En la alegría descubrimos el sentimiento de felicidad.

Existen dos clases de alegría:

– La externa: fisiológica y con un fugaz sentimiento de jovialidad, diversión, placer momentáneo, que es pasajero. Se manifiesta:   con risa, extraversión, dinamismo físico, etc. que pronto pasan.

-Y profunda: espiritual, apoyada más en el tono vital, que abarca toda la personalidad. Se manifiesta en la sonrisa, paz interior, serenidad y felicidad. Esta alegría profunda penetra toda la vida anímica y muestra una particular dirección de todo el horizonte objetivo de nuestra existencia, dando una nueva, positiva y perenne luz, a nuestros pensamientos y nuestra voluntad.

-La naturaleza de esta alegría profunda es espiritual y sobrenatural. Esta alegría es fruto del Espíritu Santo (Gal 5, 22). La alegría proviene de la unión con Dios y es consecuencia de la filiación divina, del abandono filial. Trae consigo una tranquila humildad. Esta alegría se hace más profunda e intensa conforme estamos más cerca de Dios.

Manifestaciones de la alegría profunda: es fruto del alma que está en gracia de Dios.  Gracia, que no está unida a circunstancias favorables o adversas. “Estad siempre alegres”, incluso a la hora de la muerte.  Serenos, objetivos, en todos los actos de la vida. Estas manifestaciones son fruto de la caridad.

Si pretendemos permanecer alegres –ser felices-, con buen humor, tratemos de comprender a los demás, cuidando tratar a las personas como quisiéramos que los demás nos tratasen. “No quieras para otro lo que no quieras para ti”.

“Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena” (Anónimo).

La alegría se alcanza tratando de vivir la sinceridad. Pongamos optimismo y buen humor a nuestras vidas, la pasaremos mejor. En igualdad de condiciones, sale siempre ganando quien toma las cosas con alegría, optimismo y buen humor, como ocasión –muy deseada-  para estar en amistad con Dios.

LA AMISTAD ABARCA A TODAS LAS PERSONAS 2>

El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y bienestar del otro. La amistad auténtica es la que sabe compartir esta alegría, sin el más leve rastro de envidia.

Es amigo aquel que comparte los gozos y las penas. El amigo es el otro yo.  Es decir, la felicidad y el dolor ajeno, pero hechos propios. Para ser dichoso, el hombre necesita de los otros. Hemos de ser amigos de todos.

Todas las formas de amor genuino son participación del amor de Dios (cfr  Apc 3, 19-20). Por ello, amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.

Debemos amar a los amigos como son, incluso con sus defectos.  Si de verdad queremos al amigo, desearemos que l supere los defectos y desarrolle sus virtudes.

Es sintomático -de la verdadera amistad-, manifestarle esos defectos al amigo en una conversación cariñosa, sincera e íntima.

Es preciso que el amigo se decida a poner los medios –convenciéndose él mismo- de la necesidad de esa lucha por comprender al otro. Esto requiere paciencia, siendo exigentes y enfrentando al amigo con la realidad. La solución nunca está en la violencia.

El consejo dado para el bien del otro facilita la libertad: aporta nuevos elementos de juicio, que enriquecen las posibilidades de elección. Es el momento de comprender y estar al lado del amigo, para ayudarle a superar el obstáculo, y que elimine sus defectos –especialmente el dominante- y los transforme en virtudes.

Aunque en la amistad humana no se da una verdadera y completa intimidad (esta la tendremos solo con Dios), es en el amigo con quien se habla sinceramente y se piensa en voz alta.

No obstante, la amistad debe salvarse, aunque no se compartan las creencias: pero esta no pueden ignorarse. Si las ideas son opuestas, al menos el afecto debe unir la amistad, porque es mejor esto que nada.

La verdad existe, y hay que descubrirla: son los dogmas lo que es inmutable. Lo opinable, son verdades parciales. Los hechos admiten interpretaciones. Pero no puede cederse en los dogmas.

Lo que se pide es ser consecuente con lo propio y estar dispuesto a dejarlo si nos aparta de Dios. 

Ayudar al amigo. Para ello es necesaria una actitud de olvido de sí mismo. El amor debe prevalecer y centrarse en la persona: “qué maravilla que existas”. El amor abarca a la persona entera y a todas las personas a las que hemos de amar como a nosotros mismos.

LA ALEGRÍA DE CONVIVIR CON TODOS 2>

La actitud de aprender continuamente a ser personas abiertas y que saben escuchar, nos abre las puertas para convivir con todos. Todos deseamos hacer y mantener amistades profundas.  Por ello, necesitamos estar dispuestos a comprender y disculpar, sin juzgar las intenciones de los demás.

Tratar bien a nuestros semejantes, nos hace afables, tanto en el pensamiento como en los hechos y en las palabras, y así hacemos la vida más grata a los demás: y desarrollamos  una convivencia tranquila y confiada,   que  permite  vivir la  caridad que reside  especialmente en comprender al otro.

La alegría nace de ser y de sentirnos hijos de Dios, y se manifiesta en la sonrisa oportuna y en un gesto amable: que permite el diálogo y la conversación. Anima y enriquece a todos.

Otras virtudes que ayudan a hacer amable la convivencia cotidiana son: la generosidad, el buen humor, el orden, la lealtad, la fidelidad, la sonrisa, etc. teniendo en cuenta los gustos de los demás.

Mirar a los demás como imágenes irrepetibles de Dios. “Venerar” la imagen de Dios (lo Bueno) que hay en cada hombre. Ello contribuye a la mejora de los demás. Cuando se avasalla se hace ineficaz el consejo, la corrección o la advertencia.

Comprender a los demás, mirarlos con simpatía inicial y creciente: aceptar a los demás: con optimismo, con sus virtudes y sus defectos. Tratar a todos sin detenernos en los defectos y deficiencias de los demás (porque todos tenemos estas cosas). Cada uno somos únicos e irrepetibles y tenemos nuestras personales peculiaridades.

“Ante todo debéis guardaros de sospechas, porque este es el veneno de la amistad” (San Agustín, 354 – 430. Obispo, filósofo y Padre de la Iglesia).

Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a. C) “Qué cosa tan grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo”.

“Amistades que son ciertas, nadie las puede turbar” (Miguel de Cervantes)

Aristóteles define la virtud, argumentando que no es una facultad ni una pasión de la persona humana, sino un hábito que busca la perfección.

La alegría se consigue siendo sinceros y confiando en los demás. Quien da ejemplo, influye positivamente y  va adquiriendo en las personas un liderazgo de confianza

También se ha dicho, que la virtud es un hábito que perfecciona al hombre para buscar la verdad y el bien. Y muchas otras definiciones, que no mencionaré por falta de espacio.

Todas coinciden en que la virtud actúa sobre la persona de dos maneras: 1) le hace ser mejor persona; y 2) le convierte en buen operario en sus quehaceres diarios.

Respecto al valor es todo aquel bien que le hace ser útil al hombre, para la satisfacción de sus necesidades materiales y espirituales. Pongamos optimismo y buen humor a nuestras vidas, la pasaremos mejor.  Sale siempre ganando quien toma las cosas con optimismo y buen humor, viendo el lado positivo de las cosas.

Podemos diferenciar entre valor y virtud, sabiendo que el primero existe en si mismo y es permanente. En cambio, la virtud, es cuando se utiliza el valor y se lleva a la práctica. Entonces el valor se convierte en una virtud y hace a la persona humana buena y feliz.

La aplicación en la vida de los actos humanos virtuosos (que hacen feliz al hombre) permite a la persona ir alcanzando la madurez en el trato con sus semejantes. Acudamos a lo que nos hace felices. Decía León Tolstoi (1828 – 1910): “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino querer siempre lo que se hace” Querer el bien de los demás y estar olvidado de uno mismo.

“Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular). Esta posición negativa ante la vida, nos llevaría directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.

El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira a los ojos, donde se trabaja, se ríe, se vive la alegría.

El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada uno cumple su cometido y se preocupa por los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, tratando de comprender al prójimo.

La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría, los cristianos la tenemos que dar y enseñar a vivir, porque viene de Dios.  La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.

Hemos de vivir la alegría en el trato. Se trata de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias.  Así, un “por favor”, que bien cae. Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra.

Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ello, se aprende más escuchando, que hablando.

Sólo unas cuantas cosas no son opinables. Las demás son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente.  Convivir en una pluralidad de opiniones o criterios. Para llegar a esta convivencia alegre, antes hay que respetar la libertad de las conciencias.

Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario. El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír es acertado y lubrica el trato mutuo.