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Valores en el trabajo (3 de 3) algunos aspectos 2>

  1. ESPÍRITU POSITIVO
  • El espíritu positivo es una mezcla de serenidad interior, alegría, optimismo, lealtad, serenidad, caras amables y buen humor. Fomente estas siete
  • Sea sensible para lo positivo. Elimine el pesimismo, lo negativo y el derrotismo. Dele especial importancia a los aspectos positivos de la realidad.
  • Cuando no se sienta bien, sonría; cuando las cosas salen mal, ríase. No permita que su comportamiento, sea el resultado negativo de ánimo.
  • Permanecer siempre alegre, es el mejor obsequio que puede darle a los demás: sonría y mire con cariño.
  • Lo que hablamos anima o desanima. No hable de cosas negativas: críticas, quejas, lamentos, murmuraciones, etc. Motive mostrando las cosas positivas.
  • Viva la confianza como parte integral de su vida. El espíritu positivo es el resultado de confiar en Dios, en los demás y en uno mismo.
  • Vea la realidad presente con “ojos de futuro”. Recuerde que nuestros pensamientos y acciones construyen el porvenir. Así tendrá serenidad. Ahora se ríe de las “tragedias del pasado”; después se reirá de las “tragedias del ahora”.
  • No se tome demasiado en serio a sí mismo. No tome los defectos de los demás como ofensas personales.
  • No haga tragedias de cosas sin importancia. Viva gozoso.
  • Elija entre sus amistades a personas alegres, leales y serenas.
  • Tenga los pies en la tierra y el corazón en los demás y en Dios. El entusiasmo es el estado de ánimo resultante de poseer un punto de vista esperanzado de la vida.
  • No dude en imponerse retos.

 

  1. EXCELENCIA PERSONAL.
  • La excelencia comienza con un conocimiento realista de uno mismo: fortalezas y debilidades.
  • No existe excelencia gratis, sino exigencia para llegar a la excelencia.
  • No hay calidad personal, sin esfuerzo. Vencer cotidianamente la pereza y la comodidad es el inicio de la excelencia.
  • Sea salvajemente sincero con usted mismo: no confunda lo que es, con lo que le gustaría ser. Pregunte a sus amigos de confianza como le ven; esto le facilitará adquirir una buena base para su autoconocimiento.
  • La excelencia implica la repetición de acciones buenas.
  • La fuerza de voluntad se adquiere por repetición de actos que implican esfuerzo.
  • Las personas creyentes y con buen carácter también rezan mucho: no se quedan en buenos deseos. Además de acudir a Dios, hacen las cosas.
  • La agresividad hacia las personas es una manifestación de inseguridad: los miedos, los caprichos, las manías y los complejos minan la propia seguridad.
  • La envidia, la soberbia y el orgullo son autodestructores de la excelencia.
  • La excelencia personal es resultado de un mejoramiento continuo para eliminar hábitos negativos y lograr otros positivos. Es una conquista diaria.
  • La excelencia acompañada del afán de servicio (o el prestigio profesional, que puede derivarse de ello): es sencillamente hacer rendir el talento propio y de los demás.
  • Cada día se puede ser mejor.

Rasgos importantes del líder 2>

Supera al competidor, sin eliminarlo.

Persuade con hechos, más que con palabras. Es congruente y constante en su misión.

Es sociable. Se relaciona bien con los demás.

Tiene muy claro que sin el prójimo no puede hacer nada; observa con interés lo que atañe al otro.

Mantiene un aprecio genuino por la gente.

Evalúa los puntos de vista de los demás, y procura verlos tan claramente como si le fueran propios, y actúa en consecuencia.

Piensa y hace pensar en lo que puede desear y sentir el prójimo. Personalmente, aprecia las cualidades propias y ajenas, y conoce los puntos débiles tanto propios como de los demás.

Promueve valores humanos y espirituales: libertad, responsabilidad, fidelidad, unidad, justicia, trato con Dios, etc.

Entiende y promueve la realidad en que se halla.

Distingue entre hechos y opiniones.

Posee sentido de dirección, sabe conducir a su gente.

Tiene el valor de actuar. y lo hace con finalidades concretas y con tacto.

Confía en sí mismo y posee una autoimagen adecuada y realista de él.

No lucha por ser “alguien”, sino que –mediante el trabajo—se esfuerza por ser él mismo- y aprende de las cualidades de los que son mejores que él.

Sobresale y está orientado al servicio de los demás.

Sabe pedir consejo y lo hace con la persona adecuada.

Precisa unirse a otros –aunque no comparta con ellos sus convicciones-. Se percata que cada persona es útil, única e irrepetible, y acepta las diferencias.

En su trabajo en equipo, se esfuerza por alcanzar el fin previsto, apoyándose y mejorando las cualidades personales y las del grupo.

Es alegre y mantiene un constante y sano sentido del humor, sin importar las dificultades por las que atraviese.

Vivamos la alegría en el trato 2>

“El mundo de las cosas en que vivimos pierde su equilibrio cuando, desaparece su cohesión con el mundo del amor” (Tagore). “Media humanidad se levanta todos los días dispuesta a engañar a la otra media” (refrán popular). “El hombre es un lobo para el hombre” (Hobbes). “No te fíes ni de tu padre” (frase popular).

Estas posiciones negativas ante la vida, nos llevan directamente al pesimismo y a una terrible incomodidad.

El mundo no es tan malo como lo pintan. El mundo es bueno y lo hacemos malo los hombres con nuestras tonterías. Necesitamos un hogar luminoso y alegre: donde se mira con gozo a los ojos: donde se trabaja con júbilo, se ríe y se confía.

Para conseguir este sano nivel de alegría se necesita mucho valor, renuncias, sacrificios y olvido de sí, por cada uno de los miembros que integran la sociedad.

El don de la sencillez es lo cotidiano, donde cada uno cumple su cometido y se ocupa de los demás. La caridad bien entendida comienza por uno mismo, pasando inadvertido, y comprendiendo al prójimo.

La única manera de vivir la alegría consiste en estar uno gozoso y participar esa alegría a los demás. Esta alegría sino la tenemos, todos necesitamos adquirirla y   que dar y enseñar a vivir. La alegría es el lubricante que hace más llevaderos los roces en el trato.

Cada uno es único e irrepetible y tiene sus peculiaridades.

Hemos de vivir la alegría en el trato. No se trata de adoptar posturas dulzonas, sino de decir las cosas como son, objetivamente, y en el tono correspondiente, según las circunstancias. Por ejemplo, un “por favor”, que bien cae. Es un error avasallar a los demás con nuestro carácter egocéntrico.

Vivir la objetividad: las cosas son como son, y vienen una detrás de otra.

Vivir el equilibrio en las relaciones con los demás, ser cordiales, humanos, felices… Si queremos estar alegres y dar alegría: no nos creamos ni los más listos, ni los depositarios de la razón, ni los imprescindibles. De lo contrario adoptaremos la ley del más fuerte que trata de poner la bota en el cuello de los demás.

Respetar el punto de vista ajeno: saber escuchar. Todos nos necesitamos los unos a los otros, por ende, es buena virtud saber escuchar (se aprende más escuchando, que hablando).

Sólo los dogmas no son opinables. Las demás cosas son verdades parciales que hay que aprender. Hablando se entiende la gente. Se puede convivir con gusto en medio de una pluralidad de opiniones o criterios.

Para llegar a esta convivencia alegre, antes hay que respetar la libertad de las conciencias. Actuar pensando que la gente es buena, hasta que no demuestren lo contrario.

El piensa mal y acertarás es pesimista y conduce al recelo y a la desconfianza. Sonreír, cuando esta sonrisa es sincera, es acertado y lubrica el trato mutuo.

Vivir la alegría, resolviendo: las dificultades del camino 2>

Desechemos las ideas que nos parecen imposibles. Llegará el momento en que –cuando se nos presenten- lucharemos contra ellas, para convertirlas en viables. Tampoco fabriquemos montañas inaccesibles en nuestra imaginación cuando queramos conseguir algo valioso. Esas montañas -casi siempre- son granitos de arena, que superaremos con constancia, con más o menos dificultad, si nuestra visión de la vida es objetiva, positiva y alegre.

No nos compliquemos pensando en miserias futuras, cuando lo que pretendemos son cosas buenas.

La experiencia demuestra que muchos males o problemas sin solución: nunca ocurrieron: y toda la energía y tiempo empleada para prepararnos para tal confrontación, resultaron inútiles. La desesperanza –entre otras cosas- se puede exteriorizar en una desgana por el trabajo o en mal humor, que hemos de quitarnos para trabajar alegremente.

Consideremos el sentido positivo de que nada de lo que hacemos se pierde.  No nos compliquemos la vida pensando en miserias pasadas negativas, considerando que la experiencia futura así será: Jamás aceptar la retórica de los “ojalás”.

Quien se preocupa demasiado por el pasado cae en la mentalidad enfermiza de examinar la cadena de los pasados fracasos como algo indeseable, siendo que de ella adquirimos experiencia para hacer las cosas bien en el presente, el cual debe ser alegre. El futuro hay que construirlo trabajando con prudencia.

Hemos de atenernos a la realidad más material e inmediata, teniendo siempre presente la panorámica del futuro a largo plazo. Por ello, Lo verdaderamente importante es el cumplimiento de nuestro deber de cada instante.

Este presente es el que tenemos que dominar. Pensando, y hacerlo realidad, con nuestra voluntad y lucha, en un ambiente de alegría genuina y auténtica.

Es preciso luchar y olvidarse de sí mismo para conseguir vivir la alegría y para alcanzarla:, vivir primero la esperanza: no seamos aguafiestas, intentemos ser positivos.

Todos buscamos a Dios, no podemos cansarnos en la búsqueda.  La vida no es un camino insoportable, que conduce solo a la muerte sin sentido. La muerte es solo un cambio de casa. No es raro que se caiga en la tristeza, cuando se pierde la alegría de vivir.

La única forma de ser positivo y alegre es rectificando nuestra intención, en todos nuestros actos. El camino: buscar siempre a Dios en las tareas cotidianas.

La alegría y generosidad, van de la mano 2>

Psicológicamente, la alegría se considera como un sentimiento y primordialmente como una virtud en la cual lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es considerado como un don: ya sea una cosa, un acontecimiento, un estado de nuestra vida, etc.  Todos estamos de acuerdo en que necesitamos una alegría permanente, porque en esta alegría a pesar de los pesares- nos sentimos felices.

Todos sabemos que hay dos clases de alegría: una externa, que es fisiológica, de diversión pasajera, de placer momentáneo. Se manifiesta en la salud corporal y en la emoción con risa, extraversión, dinamismo físico, etc.  Y otra profunda.

La alegría profunda es espiritual, basada más en el tono vital e integrador de toda la personalidad: Se manifiesta primordialmente en la sonrisa constante, en la serenidad y en la paz interior.

Es una alegría auténtica, que penetra toda la vida anímica y proporciona a lo que percibimos un especial brillo, mostrando en todo el horizonte de nuestra existencia una luz   nueva y dichosa. Afecta positivamente tanto los pensamientos como los actos de voluntad.

Por ejemplo, ahora que hemos pasado la Navidad y estamos comenzando a un año nuevo, procuramos asumir un óptimo sentido para nuestra vida. Y percibimos que existe también una alegría sobrenatural, que es fruto de Dios.

“La alegría es una virtud no distinta de la caridad, sino cierto acto y efecto suyo” (Santo Tomás). La alegría exige como punto de apoyo una tranquila humildad. La alegría se hace más honda conforme somos más generosos con el Creador, porque percibimos que todas las cosas buenas vienen de Él.

Esta alegría nos lleva a estar serenos, contentos, comprensivos y olvidados de nosotros mismos, en todos nuestros actos de la vida. Queremos el bien para los demás.

La alegría profunda es fruto del alma que está cerca de Dios, que no está unida a circunstancias contraproducentes o mentalmente desfavorables. Aunque parezca paradójico, hemos de estar siempre alegres, también a la hora de la muerte. Porque la muerte debe ser un cambio de vida, hacia otro mejor si estamos unidos con el Creador

La alegría que viene de Dios, es fruto de la caridad. Si queremos estar alegres –ser felices-, con buen humor: vivamos la virtud del Amor auténtico, en la familia, en el trabajo, en las relaciones sociales, en la conversación, tratando a las personas a como quisiésemos que nos tratasen a uno mismo.

No querer para otro, lo que no queremos para nosotros. Y querer para los demás, lo que queremos para nosotros. “Gozas der una alegría interior y de una paz, que no cambias por nada. Dios está aquí: no hay cosa mejor que contarle a El las penas, para que dejen de ser penas” (san Josemaría Escrivá, Forja, n.54)

“Nadie es feliz, en la tierra, hasta que se decide a no serlo. Así discurre el camino: dolor, ¡en cristiano¡ Cruz: Voluntad de Dios, Amor; felicidad aquí y, después,  eternamente.” (san Josemaría Escrivá, Surco, n.52).

Esto significa generosidad. Es decir: Dar con alegría.  Estar en la realidad y querer la felicidad tanto para los otros como para nosotros mismos.   Y de esta lucha, brotará la paz, y simultáneamente la alegría. De modo que la alegría y la generosidad van siempre de la mano, y no pueden existir separadas.