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Gabriel Martínez Navarrete

LA SALUD MENTAL NOS AYUDA A SER MÁS RESPONSABLES 2>

Las personas con salud mental se sienten satisfechas consigo mismas y con los demás:

Aceptan con regocijo su personalidad: las virtudes y los defectos, las habilidades y las limitaciones.  Es una aceptación llena de alegría y de afán por superarse. Son personas con sentido práctico y que no se quedan en las meras teorías.

Por ello, estas personas se encuentran dispuestas a mejorar en lo que les haga falta. Siempre tratan de poner su personalidad al servicio de los demás y de sí mismas, luchando denodadamente por convertir su defecto dominante (egoísmo o la soberbia, etc.)  en virtud.

Esta lucha puede durar toda la vida, pero no admiten el menor desánimo sino el deseo de luchar cada día más inteligentemente y de alcanzar el objetivo

Controlan sus emociones: no se dejan abrumar por el desconcierto, los miedos, iras, cambios de planes, culpa, preocupaciones, etc.

Aceptan las decepciones de la vida, que aprovechan como oportunidades para acrecentar y hacer más inteligente la lucha por la vida.

Son comprensivas, exigentes y sencillas consigo mismas, así como con los demás. Se ríen de sí mismos con sentido del humor, sin justificar sus faltas y errores.

Tienen un conocimiento profundo y equilibrado de sí: no se sobrestiman ni subestiman sus capacidades.

Tampoco se comparan con los demás. Confían primero en sus capacidades naturales, procurando mejorarlas continuamente y obtienen tranquilidad y alegría por ello.

Pase lo que pase siempre están serenas, porque así pueden pensar mejor y resolver los problemas, que son de ordenaría administración. Se sienten capaces de manejar las situaciones que se les presentan.

No sacrifican el desarrollo de su personalidad (virtudes y habilidades), por el deseo de “hacerse los simpáticos” con los demás

También se sienten bien respecto a los demás:

Ellas mismas se dan en afán por ser útiles a los demás. Saben que necesitan apoyo de los demás, y lo buscan, sin hacerse poca o excesivamente dependientes.

Tienen relaciones personales, satisfactorias y duraderas. Sus amistades pueden durar toda la vida.

Dan por hecho que los demás los aceptan y confían en ellos, y que existen quienes no lo hacen. Respetan las diferencias y no andan juzgando a los demás.

No presionan ni permiten que se les presione. Se sienten a gusto formando parte de un grupo o equipo, sin diluir su responsabilidad en los miembros del grupo.

Se sienten capaces de cumplir las exigencias de la vida:

Conservan y hacen crecer el sentido de responsabilidad en ayudar a sus prójimos.

Saben prever. Actúan para resolver los problemas conforme se les vayan presentando. Aceptan y desean responsabilidades.

Si necesitan hacer ejercicio o deporte, lo hacen.

Modelan su ambiente, conquistándolo, siempre que sea preciso., Aprenden a convivir con los demás, sin ceder en las cosas esenciales de la vida.

Cuidan el presente, sabiendo que ahí se forja el futuro. Planean lo que les ayuda a construir el porvenir.

Están abiertas a las nuevas experiencias y a las ocurrencias novedosas.

Son flexibles y firmes a la vez, y aprenden lo que es adecuado para una situación nueva, y desaprenden u olvidan lo que es caduco o ya no sirve.

Establecen metas realistas. No hacen caso al “qué dirán”. Son capaces de pensar por sí mismos, de pedir consejo y de tomar sus propias decisiones.

CADA UNO NECESITAMOS CONSTRUIR EL MEJOR MUNDO POSIBLE 2>

“El futuro no existe para ser adivinado, sino para ser hecho”. Nos interesa en la medida en que pueda contener nuestros objetivos presentes y construir el futuro. Esta verdad palmaria, a veces no es bien  entendida y se descuida el presente, el  hoy-ahora. Con las consecuencias funestas que ello lleva  consigo:   la ceguera ante la vida, la precipitación y el atolondramiento.

Muchos de los males que padecemos: droga, divorcio, pornografía, pérdida de los valores morales, consumismo, aumento de la brecha entre ricos y pobres, terrorismo, guerras, desempleo, etc., se deben, quizá, por no vivir bien el  presente y reaccionar tontamente ante lo que contraría.

Lincoln, dijo en una ocasión, que una de las cosas más difíciles para el hombre, consiste en lo qué tiene que hacer uno al momento siguiente. Y es cierto, a veces, resulta imposible. Pero no reside aquí el problema: sino en la carencia de unos objetivos concretos y excelentes, por los que valga la pena esforzarse. Es decir, objetivos que lleven a ser felices a las personas, tanto  al día de hoy como en el futuro.

¿Cuáles son nuestros objetivos? ¿Qué pretendemos?: forjar un mundo más humano, donde cada persona sea acogida con alegría, se le respeten sus derechos y se fomente su libertad. En todo esto coincidimos, y nadie sería capaz de contradecirlo. El asunto radica más bien en cómo y para qué.

No se trata de forjarnos una utopía, si no de ser realistas, sabiendo que es imposible encontrar la felicidad plena en esta vida, pero que si resulta posible una felicidad relativa.    Y que, al menos,  se pueden crear las condiciones para estar ya siendo felices y alegres. 

Pero no se trata de un estado, sino más bien de una actitud ante la vida, la que hace que seamos felices y contribuyamos a que también lo sean los demás.

Por ejemplo, la actitud positiva y responsable de los paterfamilias, contribuye poderosamente al bienestar social y a edificar el futuro en los mejores términos que puedan ser imaginados. En general, lo que podemos imaginar, lo podemos hacer.

La tasa de natalidad, indica el número de nacimientos por cada 1000 personas durante un año.

Con anterioridad a la Revolución Industrial (Inglaterra, siglo XVIII), las tasas de natalidad eran muy elevadas, superando el 40 por mil.  En nuestros días la tasa de natalidad media está en torno al 28 por 1000, pero las diferencias entre países son muy acusadas.

Así,  algunos países  mantienen tasas de natalidad parecidas a las sociedades anteriores a la revolución industrial, mientras que otros bajan claramente del 10 por mil, como, por ejemplo, sucede en  Alemania y España, lo cual es preocupante.

Este descenso es difícil detenerlo, aunque no imposible. Pues no sólo se explica por motivos económicos o sociales, sino también por una visión distorsionada del matrimonio y la familia y por una concepción egocéntrica y materialista de la vida.

Es preciso invertir esta tendencia en el descenso de los nacimientos. Podría ayudar, proporcionar ayuda económica a cada familia necesitada, pero sobre todo se hace imperativo una revalorización de la tarea educativa de los paterfamilias y del concepto monogámico del matrimonio y de apertura a la vida.

Todos sabemos que  la única verdad es la realidad. Por eso es  preciso quitarse los miedos y optar por la confianza en Dios, con la idea muy realista de que cada persona, recién concebida, ya  trae  un pan debajo del brazo y tiene una misión concreta e intransferible para  aportar y hacer el bien en la vida.

No es que seamos muchos, si investigamos nos daremos cuenta que somos más bien pocos los vivimos en el mundo. Lo que pasa es que nos hace falta formarnos en las virtudes y en los valores. Es necesario  tomar la vida como algo sumamente bueno y valioso, y que ya –ahora-  si queremos  nos hace felices.

ALEGRÍA Y CRECIMIENTO EN EL TRABAJO 2>

Como directivo, el trabajo principal es hacer que ocurran las cosas, lograr resultados, en el que todo mundo salga beneficiado (aunque, a veces, alguien tenga que “pagar los platos rotos”). Por este motivo, lo primero consiste en lograr los resultados necesarios, a la vez que dignificamos a las personas. Si actuamos de otra manera, el trabajo resulta contraproducente, porque “no todo lo que brilla es oro”.

Si reducimos nuestra actividad a sólo conseguir resultados económicos, el trabajo perderá su medio para perfeccionar nuestra personalidad y servir a los demás. Por ej: uno puede ser generoso si existe otra persona, porque puede darse y ayudar. Para este intercambio, existen cinco ámbitos básicos, que tienen una jerarquía. El primero incluye a los otros: 1) Dios; 2) familia; 3) trabajo; 4) amigos, y 5) la sociedad.

Un orden sano y vital consiste en realizarse con la esposa y los hijos, ser exitoso en el trabajo y mantener amistades profundas. Si quitamos a Dios de nuestras vidas, hemos equivocado el camino

Los resultados son parte esencial de todo trabajo productivo. Precisamente porque se trabaja por amor (no por deber), debe haber resultados: son parte esencial e integral de todo trabajo. No tener resultados, por no haber puesto los medios, equivale al fracaso e inutilidad.

Para conseguir el crecimiento sin límite en nuestro trabajo se requiere: producir los resultados necesarios para lograr lo esencial en el trabajo actual. Ello implica rechazar fantasías, excusas, lamentaciones, dilaciones y desviaciones. Aunque las cosas nos llegan como son, uno necesita corregirse continuamente.

Se sugiere lograr los resultados minuto a minuto. Esto podríamos expresarlo así: “En este momento estoy trabajando tan bien, como me es posible hacerlo; el día de hoy es cuando vence el plazo y hoy debe quedar terminado”. Es decir, cuidar la oportunidad y saber terminar las cosas.

Sin un   trabajo acabado, cuidado en los detalles, el resultado obtenido será marginal. Escribió San Josemaría: que el heroísmo del trabajo está en “acabar” cada tarea (cfr. Surco, n.488). Sin los resultados, todo lo que se hable de crecimiento, avance y mejora es una ilusión.

Por ello, la actitud adecuada es la lucha, tamizada por el amor (con obras, no solo deseos). Si no se logran los resultados, hemos de descubrir la causa y corregir la desviación, reforzando tanto el orden interno personal como el orden propio de la tarea.   Aunque esté uno retrasado en el avance, lo logrado cuenta: ya habrá eliminado las fantasías y errores.

Lograr los máximos resultados en la  tarea que se nos asigne. Esto requiere tomar como propia la tarea y ponerle el ingrediente de la alegría. La alegría es parte integrante del trabajo. Una persona triste, es muy probable que produzca un “triste trabajo”.

Realizar la tarea por amor –como hemos dicho- y hacerlo porque se nos pega la gana, es decir, porque uno quiere y no como algo impuesto desde fuera. Y aplicar la habilidad de concentrarse siempre.

Concentrarnos para seleccionar los elementos esenciales del trabajo; descomponer cada elemento en sus tareas claves, y convertir cada tarea, en un trabajo acabado al detalle.

Los resultados máximos provienen de anticipar qué es lo que va a resultar necesario y tenerlo preparado antes de que se vuelva necesario. Es decir: la sagacidad o prontitud para poner los medios. Esto es más que concentrarse en lo esencial de hoy: es, asegurar hoy los recursos que serán esenciales para mañana.

Siempre hay que tomar el l trabajo como un medio que nos permite perfeccionarnos y como un modo de servir a los demás, y estaremos siempre alegres cuando trabajamos. Si tenemos fe, hacerlo primero para la gloria de Dios. La alegría que produce el trabajar bien y con rectitud de intención, pone en olvido la fatiga.

ALEGRÍA, OPTIMISMO Y BUEN HUMOR EN TODOS LOS MOMENTOS DE LA VIDA 2>

Desde el punto de vista psicológico, la alegría supone un sentimiento en el que lo que penetra inmediatamente en nuestra intimidad es considerado como un don (ya sea una cosa, un ser, un acontecimiento). En la alegría descubrimos el sentimiento de felicidad.

Existen dos clases de alegría:

– La externa: fisiológica y con un fugaz sentimiento de jovialidad, diversión, placer momentáneo, que es pasajero. Se manifiesta:   con risa, extraversión, dinamismo físico, etc. que pronto pasan.

-Y profunda: espiritual, apoyada más en el tono vital, que abarca toda la personalidad. Se manifiesta en la sonrisa, paz interior, serenidad y felicidad. Esta alegría profunda penetra toda la vida anímica y muestra una particular dirección de todo el horizonte objetivo de nuestra existencia, dando una nueva, positiva y perenne luz, a nuestros pensamientos y nuestra voluntad.

-La naturaleza de esta alegría profunda es espiritual y sobrenatural. Esta alegría es fruto del Espíritu Santo (Gal 5, 22). La alegría proviene de la unión con Dios y es consecuencia de la filiación divina, del abandono filial. Trae consigo una tranquila humildad. Esta alegría se hace más profunda e intensa conforme estamos más cerca de Dios.

Manifestaciones de la alegría profunda: es fruto del alma que está en gracia de Dios.  Gracia, que no está unida a circunstancias favorables o adversas. “Estad siempre alegres”, incluso a la hora de la muerte.  Serenos, objetivos, en todos los actos de la vida. Estas manifestaciones son fruto de la caridad.

Si pretendemos permanecer alegres –ser felices-, con buen humor, tratemos de comprender a los demás, cuidando tratar a las personas como quisiéramos que los demás nos tratasen. “No quieras para otro lo que no quieras para ti”.

“Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena” (Anónimo).

La alegría se alcanza tratando de vivir la sinceridad. Pongamos optimismo y buen humor a nuestras vidas, la pasaremos mejor. En igualdad de condiciones, sale siempre ganando quien toma las cosas con alegría, optimismo y buen humor, como ocasión –muy deseada-  para estar en amistad con Dios.

LA AMISTAD ABARCA A TODAS LAS PERSONAS 2>

El amor es el acto por el cual la voluntad se identifica y se reúne con la alegría y bienestar del otro. La amistad auténtica es la que sabe compartir esta alegría, sin el más leve rastro de envidia.

Es amigo aquel que comparte los gozos y las penas. El amigo es el otro yo.  Es decir, la felicidad y el dolor ajeno, pero hechos propios. Para ser dichoso, el hombre necesita de los otros. Hemos de ser amigos de todos.

Todas las formas de amor genuino son participación del amor de Dios (cfr  Apc 3, 19-20). Por ello, amar al amigo es desearle que viva en el bien y en la verdad.

Debemos amar a los amigos como son, incluso con sus defectos.  Si de verdad queremos al amigo, desearemos que l supere los defectos y desarrolle sus virtudes.

Es sintomático -de la verdadera amistad-, manifestarle esos defectos al amigo en una conversación cariñosa, sincera e íntima.

Es preciso que el amigo se decida a poner los medios –convenciéndose él mismo- de la necesidad de esa lucha por comprender al otro. Esto requiere paciencia, siendo exigentes y enfrentando al amigo con la realidad. La solución nunca está en la violencia.

El consejo dado para el bien del otro facilita la libertad: aporta nuevos elementos de juicio, que enriquecen las posibilidades de elección. Es el momento de comprender y estar al lado del amigo, para ayudarle a superar el obstáculo, y que elimine sus defectos –especialmente el dominante- y los transforme en virtudes.

Aunque en la amistad humana no se da una verdadera y completa intimidad (esta la tendremos solo con Dios), es en el amigo con quien se habla sinceramente y se piensa en voz alta.

No obstante, la amistad debe salvarse, aunque no se compartan las creencias: pero esta no pueden ignorarse. Si las ideas son opuestas, al menos el afecto debe unir la amistad, porque es mejor esto que nada.

La verdad existe, y hay que descubrirla: son los dogmas lo que es inmutable. Lo opinable, son verdades parciales. Los hechos admiten interpretaciones. Pero no puede cederse en los dogmas.

Lo que se pide es ser consecuente con lo propio y estar dispuesto a dejarlo si nos aparta de Dios. 

Ayudar al amigo. Para ello es necesaria una actitud de olvido de sí mismo. El amor debe prevalecer y centrarse en la persona: “qué maravilla que existas”. El amor abarca a la persona entera y a todas las personas a las que hemos de amar como a nosotros mismos.