Eso yo no soy nadie para poderlo responder, lo único que hoy pretendo es invitar a quien me lea a que me acompañe a reflexionar, a hacer un alto, a pausar la actividad de tal manera que podamos juntos inquietarnos pacíficamente con el para qué de nuestro existir.
No existe una sola persona parada en este divino planeta que no esté formada por algunos bellos recuerdos, pero tampoco existe una sola que carezca de heridas que esté llamada a sanar
Cómo nos cuesta a veces reconocer que todos somos hermanos, que nadie está autorizado a juzgar, porque cierto es que nos necesitamos, porque nacimos para juntos caminar. Qué fácil es sacar de nuestras vidas a todas las personas que no comulgan con nuestras ideas, qué difícil resulta a veces escuchar otros puntos de vista, que fácil es vivir en el individualismo y el utilitarismo que obstaculizan el vivir en comunidad.
En estos tiempos de violencia, guerras y genocidios valdría la pena recordar que no existe entre los seres humanos ninguna justificada superioridad. No nacimos para enfrentarnos y sí nacimos para conquistar la verdadera paz, esa que parece ser sólo producto de un trabajo serio espiritual. Parece indudable que existen el bien y el mal, parece indiscutible que, como consecuencia de nuestra humana debilidad, en ocasiones contribuimos con uno y con otro. Lo que también parece indudable es que estamos llamados a luchar por tratarnos como hermanos y que no debemos ante ello claudicar.
Con qué facilidad nos destruimos sin darnos cuenta de que hemos sido todos creados por Alguien que no nos ha dado esa potestad. Qué despropósito es vivir sin amar y cuánto nos cuesta ese verbo conjugar. Muchos relativos avances no parecen a la humanidad sumar. Ideologías vienen y van… En aras de la tolerancia parece que lo que se pone en juego es de las personas su dignidad…
Es preciso regresar al interior, a nuestra esencia, a la verdadera reflexión… Nos cuesta relacionarnos en cuerpo y alma mas no así en el entramado de una red social en la que no tocamos almas sino imágenes que ocultan nuestra verdadera identidad…
Reconocer que nos necesitamos tiene como requisito la humildad… Esa que nos permite vernos incompletos para, con otros, nuestro sentido de vida completar. Corremos sin saber muy bien para qué y para dónde. Caminamos sin observar… Nos estamos olvidando de los demás… Interactuamos con la realidad virtual misma en la que se diluye nuestra naturaleza social.
Nada está perdido si nos volvemos a encontrar no sólo a nosotros mismos sino a los demás…Si dejamos de perseguir los bienes materiales en los que pretendemos encontrar identidad.
Parece imperativo nuestras velas en equipo manejar para que el viento no nos lleve a naufragar… Necesitamos nacer de nuevo, atrevernos a reencontrarnos a nosotros mismos y volver a empezar…
Nada está perdido, la luz y la sombra siempre existirán, así como no dejará de existir la posibilidad de reconocer nuestra hermandad.
No queremos ser utilizados por nadie ni debemos a nadie utilizar pues nadie es medio sino fin. Existe ansiedad, impaciencia y prisa y nuestras almas demandan tranquilidad, oración y fe porque estamos llamados a construir la paz individual y social.
Sabemos que la perfección no existe y en ocasiones nos descubrimos queriéndola alcanzar. La confundimos con la excelencia que brinda el diario actuar y la formación de los hábitos que suman a nuestras vidas y a la sociedad.
Qué alegría nos debe dar saber que aún hay tiempo para el rumbo cambiar, saber que existe la oportunidad para nuestra conducta modificar para a la paz sumar.
Nada está perdido si nos atrevemos a abrir los ojos del alma, esos que permiten verdaderamente a nosotros y a los otros observar.
No hay venda que el amor no pueda de nuestros ojos retirar…Caemos pero estamos llamados a volvernos a levantar sin anclar nuestra existencia al pasado y sin dejar de en el presente trabajar.
Que el miedo no nos paralice, que sanemos desde donde tengamos que sanar y que para ello no perdamos de vista el increíble regalo que obtenemos al volver a amar…
¿Cómo y cuándo adquirimos el título de propiedad sobre las personas?
No estoy segura cómo ocurre esto en nuestras vidas, pero, en no pocas ocasiones, actuamos como si fuera posible constituiros en propietarias de las personas… Ante esta situación cabría preguntarnos: ¿Por qué y para qué nos funciona tratar de adueñarnos de las personas, de sus decisiones y vidas? Suele entonces aparecer una dolorosa e inquietante respuesta:
Pretendemos hacerlo porque cierta soberbia cimentada en un gran ego, nos hace pensar que contamos con conocimientos que derivan de nuestra experiencia de vida para opinar, sobre todo, aconsejar, hacer ver lo que otras personas no ven y, consecuentemente, marcar rutas y caminos.
Probablemente y, muy probablemente, nuestra experiencia y conocimientos sean ciertos y valiosos, sin embargo, ellos, de ninguna manera, nos conceden el título de propiedad sobre nadie más que – de algún modo – sobre lo que hagamos de nuestra vida de la que, definitivamente, somos responsables.
Hoy está muy de moda el término “soltar” que me parece resultaría interesante sustituir por el verbo “amar”. Y es que si amamos respetamos la libertad de los demás, los aceptamos como son, acompañamos en el camino sin juzgar los pasos, sólo amamos…
Esto, cuando somos madres tiene todavía mayor relevancia pues entender que ni siquiera los hijos son nuestros implica un trabajo profundo que nos debiera llevar a comprender que esos seres maravillosos no nos pertenecen, que tienen derecho a una educación, a ser amados pero que no gozamos de ningún derecho de propiedad sobre ellos, por el contrario, es por amor que existe la obligación de encauzarlos y sembrar semillas que abran la posibilidad de que, con sus decisiones, generen frutos en el campo de la libertad que es el único ambiente propicio para vivir y crecer…
Existe cierta tendencia a aprender cómo cuidar más nuestro cuerpo, salud y adquirir la posibilidad de gozar más años de vida siempre placenteros y con menos arrugas…Maravilloso me parece tomar conciencia de ello siempre y cuando no perdamos de vista el mantenimiento que también debemos dar a nuestro espíritu que, en el proceso de dignamente envejecer, nos ayudará a conjugar, en todos sus tiempos, el famoso verbo “soltar/amar”.
Quiero invitarte no sólo a que soltemos sino a devolver lo que no nos pertenece, a regresar con amor y en amor esas vidas que no estamos llamadas a controlar.
Para devolver lo que no es nuestro se requiere de mucha fe, esperanza y caridad. Fe para creer, esperanza para confiar y caridad para respetar. Ahora bien, devolver lo que no es nuestro de ninguna manera implica olvidar ni abandonar… Mujer, no olvidemos que somos dueñas de algo muy grande:
La oración que nos permite, si no controlar, sí platicar y pedir por quienes amamos y a quienes en amor decidimos respetar… y así, Dios que, sin duda, sabe más que nosotras nos escuchará, sanará aquello que nos inquieta/duele y además, ten por seguro, resolverá para el más alto bien de quienes amamos pero no nos pertenecen, todo lo que pendiente de resolución quizá está.
Y es que es preciso que recordemos esta promesa:
“Pedid y se os dará; buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.
¿Quién de entre vosotros, si un hijo suyo le pide un pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez le da una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se lo pidan?”
Y sí, ahora que devolvamos con amor lo que nunca fue nuestro recuerda esta otra Regla de Oro:
“Todo lo que querías que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos; esta es la Ley y los Profetas.”
Hoy te invito a que me acompañes a amar y devolver lo que no nos corresponde no sin antes pedir perdón a todos aquellos que padecieron de algún modo nuestro pretendido control estando conscientes de que la mejor manera de repararles el daño es devolviéndoles su vida con amor y poniendo la misma en manos de Dios que los creó.