Franz Kafka nació en 1883 en Praga, entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro y muere en Kierling, Austria en 1924.
Vivir la Semana Santa es meterse en las sandalias de Cristo y acompañarle principalmente durante la cuaresma en su ayuno e intensa oración. Ayuno hasta sentir hambre de verdad, ayuno de críticas y murmuración y oración recogida pidiéndole escuchar su voz y seguir sus actitudes. Porque el Jesús que vivió como un carpintero más, que predicó la paz y subió al madero de la Cruz para ser crucificado sin querer huir de la Cruz, del que habla Plinio el joven y Flavio Josefo, es el mismo Jesús que puede vivir en mí, en mi alma en gracia, lavada por su sangre en el sacramento de la Confesión.
Pero Albert Camus era un pensador en permanente crisis personal. Le atormentaban temas como la presencia del mal en el mundo, del dolor, de las enfermedades, de las guerras. Se deja llevar por la corriente en boga: la filosofía existencialista cuyos ideólogos consideran que Dios no existe, que la vida no tiene sentido alguno, que no hay ni verdad ni mentira y recibe la influencia del filósofo Jean Paul Sartre (1905-1980) quien concluye que ya que la existencia es completamente absurda (“el hombre es una pasión inútil”) no quedan sino dos soluciones: la búsqueda afanosa y compulsiva del placer o el suicidio.