LOS HERMANOS

2 diciembre, 2020
María Teresa Magallanes 

La familia se funda por medio del matrimonio que, dentro o fuera de cualquier religión, consiste en la unión fiel, permanente y fecunda de un hombre con una mujer. Así lo reconoce también el derecho positivo de muchos países en todo el mundo. Por eso, la mujer y el hombre unidos son el núcleo de la célula familiar que, si se conserva unido con un amor creciente, garantiza el buen resultado de toda su familia. 

Hay otros miembros de la familia que son muy importantes para cada uno de los hijos, ellos son los hermanos, de uno o de los dos sexos que existen. La relación fraterna es muy importante en el desarrollo personal de los hijos en todas las edades, tiene unas características y posibilidades educativas que difícilmente se encuentran en otro tipo de relaciones entre personas. A los hermanos no los elegimos, sin embargo, al aceptarlos podemos aprender a amarlos desde su nacimiento y a lo largo de toda la vida.

Los hermanos tienen una relación basada en el hecho de compartir el mismo padre y la misma madre. Por eso cada uno tiene el mismo derecho que los demás a la atención, cuidado, cariño, amor y educación por parte de sus padres.

Sin embargo, la relación fraterna tiene dos facetas que se alternan con frecuencia: la solidaridad y la rivalidad. Precisamente porque todos se sienten con derecho a sus papás, muchas veces puede surgir entre ellos la envidia y los celos. 

Tal vez, cada uno quisiera tener toda la atención de sus padres, solamente para él o ella, y le cuesta compartirla con sus hermanos. Sobre todo, cuando son pequeños ese “egoísmo” es muy natural.

A decir verdad, la rivalidad entre hermanos es algo muy normal, aún entre los que suelen ser buenos hermanos; además es una oportunidad de educar a los hijos en varias virtudes como: la sinceridad, la justicia, el perdón, la humildad, el respeto y el amor fraterno. Curiosamente, la rivalidad se da siempre ante la posesión de un bien que ambos quieren, por lo que argumentan su derecho, desconociendo muchas veces el derecho del otro. 

Aquí es donde se les puede enseñar desde pequeños cuál es el derecho de cada uno respecto de sus padres, de los espacios que le son propios en el hogar, los objetos que les pertenecen y los que pertenecen a otros. Aprender a respetar los espacios y objetos de los hermanos equivale a respetar su persona. 

Por otro lado, la solidaridad se da entre hermanos ante los eventos desagradables o difíciles. Por lo general, un par de hermanos que están peleados, que se tienen envidia o celos por diferentes razones, cuando uno de ellos se encuentra en una situación difícil o peligrosa, cuando es agredido por alguien o sufre algún daño, el hermano deja a un lado su conflicto previo y se apresta a defender y ayudar a su hermano, aun si esto le puede traer a él consecuencias negativas. 

Estos aprendizajes son posibles por la igualdad de derechos que hay entre los hermanos y así aprenden a desarrollar la sociabilidad: a dar y recibir, a respetar y exigir ser respetados, a amar a los demás y ser amados por ellos.

En este sentido, los padres tienen mucho que ver, ya que sus actitudes y conductas son las que pueden desencadenar esos sentimientos negativos entre los hermanos. Por ejemplo, algunos padres no tienen cuidado de que todos sus hijos se sientan suficientemente amados y atendidos y, sin ser conscientes de ello, suelen mostrar preferencias por alguno de sus hijos. 

Claro que es normal que el amor de los padres se exprese de diferente forma con cada hijo, porque cada uno necesita un trato personal diferenciado para satisfacer sus necesidades afectivas y educativas. Sin embargo, cuando un niño interpreta ese trato como una preferencia hacia un hermano, automáticamente se siente, por lo menos parcialmente, rechazado. 

Un hijo jamás debe sentirse rechazado por sus padres, ante todo porque es persona con una enorme dignidad y, además, por ser su hijo.

Los papás deben entender que, en los pleitos entre hermanos, cuando son traídos a su presencia para que ellos los resuelvan, los dos involucrados en el pleito pretenden ganar el apoyo y favor de los padres y la resolución en contra del otro, como una forma de confirmar su derecho a ser apoyados por sus papás; pero, ¡los dos pretenden lo mismo! y eso es imposible. Por eso, los padres no deben permitir que los constituyan en jueces de sus pequeños o grandes conflictos.

Deben enseñarles a dialogar y resolver razonablemente sus diferencias, a ceder y a reconciliarse cuando han peleado por algo, a reconocer la propia falta y pedir perdón por ella y también a perdonar al otro en esta ocasión. Ya habrá otra en que las cosas sean al revés.

Como conclusión, los padres deben cuidarse de no tener preferencias entre sus hijos, sean reales o solo aparentes, para que todos se sientan suficientemente amados y atendidos porque “Hermano ayudado por su hermano es como una ciudad amurallada”.

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