La vocación de entrega total a Dios: Mitos y realidades

Raúl Espinoza Aguilera
Blog: www.raulespinozamx.blogspot.com

Cuando un Romano Pontífice visita una nación, es común que a muchos jóvenes se les despierte la inquietud vocacional hacia la vida sacerdotal, religiosa o como fieles laicos, conscientes de buscar la santidad en las encrucijadas del mundo. Por ello, con ocasión de la inminente visita del Santo Padre a nuestro país, me parece interesante comentar un libro de reciente publicación, titulado: “¿Puedo elegir mi vocación?” escrito por el Dr. y Pbro. Francisco Ugarte Corcuera (1), autor de otras exitosas obras, como: “Del resentimiento al perdón, una puerta a la felicidad”; “Vivir la realidad para ser feliz”; “La Amistad”, “Matrimonio y Procreación”, “El Camino de la Felicidad”, etc.
Mientras leía esta interesante obra, venían a mi memoria unas palabras del Papa Benedicto XVI en las que brinda unas recomendaciones muy prácticas para atender a la posible vocación de una entrega completa a  Dios: a) cultivar una gran amistad con Jesucristo a través de la oración y la práctica de los sacramentos porque sólo así se puede  descubrir lo que Él está pidiendo; b) prestar atención a lo que cada quien es como persona y a sus posibilidades reales; c) tener valentía para decir que “sí” al Señor; cuando se vislumbren las luces claras; d) al mismo tiempo, practicar la humildad, confianza y apertura para no eludir el compromiso de por vida; e) acudir a la ayuda de los amigos, de la autoridad de la Iglesia y también de los sacerdotes, mediante la dirección espiritual.
Y añade el Papa: “¿Qué quiere el Señor de mí? Ciertamente, esa sigue siendo siempre una gran aventura, pero sólo podemos realizarnos en la vida si tenemos la valentía de afrontar la aventura, la confianza en que el Señor no me dejará solo, en que el Señor me acompañará, me ayudará” (6-IV-2006).
El Dr. Ugarte tiene -como punto de partida de su libro- la llamada universal a la santidad mediante la cual, Dios “nos ha elegido antes de la creación del mundo, para que seamos santos” (Efesios 1,4) y otra idea que es, como música de fondo de toda su obra, son también otras palabras de San Pablo: “(Jesús) me amó y se entregó hasta la muerte (de Cruz) por mí” (Gálatas 2, 20).
Es decir, que Dios ha salido a nuestro encuentro, ha tomado la delantera y generosamente ha dado su vida por nosotros. La pregunta lógica ante tanto derroche de sacrificio y amor sería: “¿Y yo qué puedo hacer ante esa inmensa manifestación de cariño del Señor hacia mí?”
A veces se espera –pasivamente- que Dios “ponga todo de su parte” y los interesados  deban de recibir una especie de “iluminación particular”, o bien, que sean protagonistas de sucesos  extraordinarios.
Pero no es así, el Señor nos habla a través de las circunstancias más ordinarias: una conversación a solas con Jesús frente a la Eucaristía; una charla con un sacerdote o con un amigo; la lectura de un libro;  la meditación de la Pasión de Cristo; la asistencia a un curso de retiro espiritual; la inesperada enfermedad o fallecimiento de un familiar, etc.
Otras veces se piensa, que la vocación para seguir a Jesucristo se deduce “a base de brazos“, del mero esfuerzo humano, lo cual sería caer en un voluntarismo. Y no es así, porque la llamada divina tiene una dimensión sobrenatural. Es Él quien elige a los que quiere como ocurrió con la elección de los doce Apóstoles.
También a veces se piensa que se tiene que “sentir” la vocación, como si fuera algo que perteneciera exclusivamente a la esfera de los sentimientos. De antemano sabemos que los estados emocionales se esfuman como el vapor o como el humo.
Por ello se requiere  concebir la llamada intelectualmente como una posibilidad real en el itinerario de vida de cada persona. Si a ello  le acompañan la ilusión y el entusiasmo, ¡qué mejor!, pero lo importante  es no olvidar  que se trata de una decisión o una opción por un estado de vida concreto y con la finalidad de dar Gloria a Dios.
Ahora bien, la vocación es para toda la vida y no por un tiempo breve o reducido. Además, cuando alguien se plantea un camino sobrenatural debe percatarse que lo hace con absoluta libertad y madurez.
Otros ponen como excusa que afectivamente les atraen las personas del otro sexo y que, en principio, desearían casarse. Eso no tiene nada de extraordinario; es muy natural que eso ocurra. La llamada al celibato, a dejar de lado un futuro cónyuge y de formar una familia, en un principio, puede sacudir integralmente a la persona,  de ahí que haya que fomentar la completa seguridad, esperanza y abandono en Dios y pedirle fortaleza.
Sin embargo, cuando se tiene la generosidad de dejar el amor humano y seguir al Amor (con mayúscula) habitualmente se experimenta una felicidad indescriptible.
Porque no hay acto más liberador de la mujer o del hombre que, cuando viendo que se tiene vocación para seguirle, responde afirmativamente. En ese momento, todas las cosas, las vivencias y el mundo circundante adquieren una nueva, apasionante y maravillosa perspectiva.
“La actitud en este caso –comenta el autor- será activa e inclinará a tomar una decisión sin dilaciones y apoyada en la confianza en Dios”.
Y señala a continuación algunas señales de la vocación: a) tener inquietudes espirituales y el deseo de dar más a Dios y a los demás a través de su propia vida; b) Considerar la misma trayectoria vital o biografía personal que le ha conducido a hacerse ese planteamiento; c) Darse cuenta de la necesidad que la Iglesia y el mundo tienen de contar con personas entregadas en el celibato apostólico para transformar la sociedad y contribuir a la Nueva Evangelización como fieles cristianos en medio del mundo; e) Reunir las condiciones de idoneidad para la entrega (salud física, normalidad mental, estabilidad emocional, capacidad intelectual adecuada, etc.); f) La confirmación de esa determinación por parte del director espiritual y de quienes intervienen más directamente en la formación del candidato.
¿Y qué pasa con el miedo de entregarse a Dios? Es un sentimiento que muchas mujeres y  hombres de todos los tiempos frecuentemente  han experimentado puesto que se trata de asumir un compromiso para toda la existencia. “Por lo general, el miedo es una señal certera –afirma el teólogo Martin Rhonheimer- de que Dios pide más de lo que uno está dispuesto a dar”.
Pero el decirle que “sí” a Dios no es “un salto imprudente al vacío” sino un confiado abandono en las manos amorosas del Señor.
Y finalmente termino relatando una  experiencia personal que he venido observando por  mucho tiempo: entre las personas que he conocido más alegres, optimistas, maduras, centradas en la vida y, sobre todo, con un excelente  sentido de humor, son aquéllas que con total libertad han entregado sus vidas enteramente al amor y en servicio del Señor.
(1)  Ugarte Corcuera, Francisco, ¿Puedo elegir mi vocación?, Editorial Minos Tercer Milenio, México, 67 páginas. Se puede adquirir en: ventas@minostercermilenio.com

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