Anunciación.- Transcurrieron los años y, con ellos, ciertas partes de mí se habían esfumado. Las noches en el pueblo, en aquella actualidad, me parecían terriblemente desoladoras, las estrellas durante la basta e inacabable obscuridad me dejaron de atrapar y me había distanciado de mi familia. La amargura consumió mi temple y mis enérgicos deseos de celebrar las fiestas decembrinas, habían desaparecido. Sin embargo, jamás podré olvidar las agraciadas palabras de María, una joven citadina con la que platiqué una tarde en la plaza principal. 

Fue extraño, ella me miraba con atención, sentada a pasos de distancia en una vieja banca frente a mí, y tanto que me comenzaba a incomodar. Intentaba hacerme a un lado sus miradas escribiendo, me dejaba envolver por la melancolía de mis recuerdos y me dejaba guiar por la asombrosa caída del sol sobre el horizonte. Después de unos momentos, la joven se acercó a mí y me saludó. Desconcertado, le contesté el saludo, me respondió preguntándome si podía sentarse en mi banca y acepté con extrañeza e inseguridad. Al momento decidí parar de escribir para prestar atención.

Su nombre era Julia y era proveniente de un pueblo cercano. Después de unas cuantas preguntas de presentación, me relató sobre sus extraordinarias tardes y noches durante la época de diciembre en compañía de su familia y amigos. Le encantaba disfrutar de los romeritos de una de sus tías, de carcajear hasta madrugar con varios de sus primos y de levantarse hasta tarde y encontrar el almuerzo preparado. A pesar de no ser católica, gozaba de todas aquellas costumbres del pueblo: las posadas, la construcción de un enorme nacimiento que era toda una obra de arte y de la celebración de la nochebuena.

Algo comenzó a suscitarse dentro de mí. Al escucharla comencé a recordar todas aquellas alegrías de años pasados, pero mi memoria me llevó a otras partes. Reflexioné rápidamente en mí y me di cuenta que mi distanciamiento había ocurrido por situaciones absurdas entre nosotros, como la falta de tolerancia y empatía. Julia había desencadenado una serie de pensamientos y recuerdos que había dejado en el olvido, a partir de sus propias experiencias actuales.

Después de un rato ella tuvo que irse e intercambiamos números de celular, para seguir en contacto. Al quedarme solo en el parque, me di cuenta que la noche me había envuelto. Decidí dejar mi lápiz y cuaderno para otro momento y me dirigí a casa para reunirme con mi familia. Después de la plática con aquella joven no pude evitar dejar de sonreír por darme la oportunidad, una vez más, de convivir con la gente que me ha visto crecer y me quiere.

Escrito por Pedro Jacobo López del Campo.
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