Anunciación.- Caminábamos sobre la avenida Reforma, una de las vías más transitadas de la Ciudad de México y cerca de la zona centro. Era de noche y disfrutábamos, agotados, de nuestro día de descanso, después de haber pasado días enteros encerrados trabajando para poner fin al trimestre en curso. El frío acompañaba a la mágica época decembrina y platicábamos sobre lo que haríamos con nuestras familias durante la navidad y el año nuevo. De pronto, detuvimos nuestro andar, pues un joven, de tez clara, cabello corto, bien vestido y atento, se acercó a nosotros, a paso corto e inseguro, para hablarnos.  

Inició su plática con un “necesito ayuda, por favor”. Al momento, me reproché el haberme detenido, ya que quería prestar mi tiempo a escuchar a mi amiga. Pero lo escuché a regañadientes. El muchacho nos comentó en seguida sobre su trágica situación cuando viajaba hacia la Ciudad de México, al haber sido asaltado y despojado de sus pertenencias. De poco en poco cambié mi postura, pues note un aire de sinceridad en sus palabras y en su postura. Afortunadamente él no había sufrido ningún daño físico, pero se encontraba muy angustiado por su regreso a casa, situada en la ciudad de Pachuca, Hidalgo.

Como nos detuvimos para escucharle, decidimos entonces a sentarnos a una banca angosta hecha de cantera, distintiva de la parte peatonal de la avenida. La plática duró una media hora, al menos. Él era originario de Atlanta, Georgia, y había estudiado artes plásticas en la universidad de su ciudad. Se había casado con una compañera suya de la universidad, la que, precisamente, era procedente de la ciudad de Pachuca. Además, había viajado a la capital para hacer unos negocios con unos futuros socios, pero le habían timado y nada había resultado bien entre ellos. Por otro lado, andaba hambriento y quería que los apoyáramos dándole dinero para regresar en camión.

Le hice una serie de preguntas a detalle para obtener más información y para no ser timado por un completo desconocido, pero de todas formas, no tenía modos para comprobarlo. Le di uno de mis sándwiches y mi amiga le dio veinte pesos. Al final nos despedimos y él se marchó. Al momento de su retirada comenzamos a especular sobre el momento extraño que habíamos pasado con él. Decidimos confiar en él y le brindamos algo de lo que teníamos. Era imposible para nosotros saber si nos mentía o si su historia era completamente verdadera. Sin embargo, creímos en él sin conocer el trasfondo de él y de su tempestuosa narración. Nos quedamos con la duda ¿qué sucedió después con él? Si mintió en alguna parte de su historia ¿por qué habrá mentido? ¿qué lo habrá llevado a mentir? Si fue verdadera su historia ¿habrá conseguido llegar con su familia? Creo que jamás lo sabremos: el partió con su historia, para siempre.

Escrito por Pedro Jacobo López del Campo.
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