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Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. El carisma de la Palabra en México 2>

Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. El carisma de la Palabra en México

Jorge E. Traslosheros

Benedicto XVI llegará a México en los próximos días. Hay que aprovechar la oportunidad de entablar un diálogo con este hombre, cuya calidad humana e intelectual es reconocida por hombres y mujeres de buena voluntad alrededor del mundo. Con tal fin, quiero llamar la atención sobre cuatro puntos de la persona y del pensamiento del Papa Ratzinger.

Primero. Estamos ante un hombre cuyo carisma es la palabra, no la imagen. Quien espere mucho confeti, plazas llenas y gritos eufóricos quedará decepcionado. Algo de esto habrá porque los mexicanos somos afectivos y las televisoras darán cámara a estas manifestaciones. El Papa lo agradecerá, le hará sentir feliz, pero no es su estilo.

Segundo. La visita del Papa será muy breve. Se reduce a cinco eventos: la llegada, el saludo a los niños y enfermos, el encuentro con los obispos de América Latina, la liturgia al pie del Cristo de la Montaña y la despedida. Dos serán sus mensajes más importantes. Uno estará dirigido a los obispos de América Latina y tendrá alcances continentales. En este caso, me parece, podría confirmar la confianza depositada en el episcopado latinoamericano, a través del Consejo Episcopal presidido por el mexicano don Carlos Aguiar Retes. Los resultados pastorales que ha arrojado la reunión de la CELAM, celebrada bajo el cobijo del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida (Brasil, 2007), entran en sintonía con el impulso a la Nueva Evangelización. Creo que lanzará retos interesantes, por decir lo menos.

El segundo mensaje será la homilía pronunciada en la misa al pie del Cristo de la Montaña. Nuestra patria será motivo de sus consideraciones y, así lo creo, los católicos seremos invitados a salir de la apatía para dar razones de nuestra esperanza y testimonio de nuestra fe y brindarnos a una sociedad sedienta de paz y justicia. No creo que sea un mensaje fácil de asimilar.

Tercero.  Ratzinger es un pensador profundo que tiene el don de presentar con claridad los asuntos más complejos. Así, me parece importante contar con algunas claves de su pensamiento.

Benedicto es portador de un humanismo cristiano radical que se inserta en la revolución teológica del siglo XIX y XX, marcó el Vaticano II y se ha consolidado como la propuesta más fructífera para la Iglesia. Me refiero a la teología centrada en la persona. La línea de reflexión que articula su pensamiento es la centralidad de la persona de Cristo, lo que pone de manera natural en diálogo la fe y la razón porque Cristo es el Logos, el Verbo de Dios. Esto significa que la revelación de Dios en Jesús de Nazaret es accesible a nuestra razón y es profundamente razonable como camino para alcanzar nuestra plenitud humana, por la simple razón de que somos amados incondicionalmente por Dios.

Nuestra persona se desarrolla en relación consigo misma, con los otros y con Dios, en la sociedad y en la historia. Estamos hechos para el diálogo. Del modo en que articulemos este diálogo-relación depende nuestra propuesta vital. Cuanto más nos acercamos al utilitarismo, menos humanas y más enajenadas son nuestras relaciones porque hacemos del hermano una cosa. Cuanto más están fundadas en la razón y la caridad, en el reconocimiento de la humanidad del otro, más profundas y plenas son. Esta es la experiencia de Dios y nuestra relación como personas emana de esta vivencia del amor con Dios. La primacía de Cristo implica la primacía de la caridad y la razón.

La centralidad de Jesús cobra vida en el modo de ser Iglesia que está en el corazón del Vaticano II. Implica una espiral ascendente que parte de afirmar con gozo nuestra fe, para celebrarla en la liturgia y en la religiosidad cotidiana (con aprecio por la popular) y así actuar en el mundo para hacerlo más humano y justo.

Cuarto. Sobre la base de este humanismo cristiano, Ratzinger ha dado grandes batallas intelectuales y pastorales en miras a una reforma integral de la Iglesia, en armonía con dos mil años de historia. Por citar cuatro ejemplos. Uno, ha dedicado significativos esfuerzos a la renovación de la liturgiala teologíala disciplina y al diálogo ecuménico, interreligioso y con las culturas. Dos, ha confrontado duramente cualquier forma de totalitarismo, incluida la dictadura del relativismo, porque hacen de la persona un comodín de antojos narcisistas, lastimando nuestra dignidad. Tres, también ha sido muy claro en criticar el moralismo (puritanismo) dentro y fuera de la Iglesia, por el desprecio que hace del ser humano y de Dios en función de la rigidez de un código moral, cualquiera que éste sea. La moral debe ser el resultado del aprecio por la persona, no al revés.

El Papa Ratzinger se ha ganado un lugar muy destacado en la historia de nuestro tiempo y de la Iglesia. Tampoco nos debe extrañar que haya sido y sea motivo de ataques constantes en medios de comunicación. Sin embargo, no hay memoria de que la conseja mediática haya mermado su natural alegría por anunciar el Evangelio y cumplir con el ministerio de San Pedro.

“Escándalo” en el Vaticano 2>

“Escándalo” en el Vaticano

Jorge E. Traslosheros
jtraslos@revistavidanueva.mx

Un consistorio sobresaliente, precedido de un golpeteo durísimo contra Benedicto XVI, marcaron el acontecer eclesiástico en los últimos días. Es imposible no ligar los dos acontecimientos. Lo haremos por partes.

El “escándalo”, armado con filtraciones de documentos fragmentados, dispersos y confidenciales, dirigió dardos a tres sitios. Primero, contra el secretario de Estado Tarcisio Bertone para pintarlo como incapaz, desleal al Papa y “grillo”. Segundo, contra las reformas económicas emprendidas por el Papa y cuyo objetivo, puesto en tinta jurídica a finales de enero, es llevar la gestión de las finanzas del Vaticano y del Instituto de las Obras Religiosas a los más altos estándares internacionales de eficiencia y transparencia. Tercero, para “denunciar” un supuesto complot contra el Papa, seguido de afirmaciones de que se dispone a renunciar dentro de poco.

El objetivo de los ataques disfrazados de escándalo es Benedicto XVI. Le han querido mostrar como un Papa solo, débil, temeroso, ineficiente, nostálgico de la academia (literal). Quien haya seguido la trayectoria de Ratzinger podrá divertirse con tal infundio, pero jamás creerlo. Lo curioso es que, quienes se escandalizan porque los católicos comulgamos con una delgada oblea de pan, felices se han tragado estas piedras de molino.

Federico Lombardi, principal vocero del Papa, fue el encargado de dar respuesta. Lo hizo de manera contundente y oportuna. Señaló cuatro puntos.

Primero, descalificó por “jalada” la versión del asesinato del Papa, así como el burdo chisme de su próxima renuncia. Segundo, confirmó una vez más que, por firme voluntad de Benedicto, la reforma económica no se detiene y, por el contrario, se profundizará hasta alcanzar sus objetivos.

Tercero, cosa de llamar la atención porque no fue mencionado en las filtraciones, Lombardi reafirmó, por si hiciera falta, que la radical reforma emprendida por Benedicto XVI contra los abusos de menores dentro de la Iglesia no se detendrá, por el contrario, se convertirá en parte de la disciplina y formación de sacerdotes, religiosos y religiosas presentes y futuros. No sobraba el comentario. En esos días se celebró, a propósito del tema, un congreso internacional en la Universidad Gregoriana de Roma. Según reportes, fue en verdad trascendente y único en su género a nivel mundial.

Lombardi remató descalificando a los fontaneros de la grilla política eclesiástica donde, dicho sea de paso, juegan rudo. Que nadie se asombre. Judas formaba parte de los doce. No se trata de diferencias con “izquierdas” o “derechas”, con “progres” o “tradis”. Semejante análisis, por desgracia recurrente, resulta ingenuo. Venidos a proteger intereses turbios, nunca falta quien cante las rancheras.

Las reformas no se detendrán. El Papa pisa callos y no falta quien quiera golpear. Visto en perspectiva, reformar ha sido la constante a lo largo de la vida de Ratzinger -contra lo que afirma la conseja mediática- y no hay memoria de que alguna vez se haya amedrentado con el espantajo de los escándalos de laboratorio. Estamos ante un hombre con profundo sentido de la historia. Quienes le atacan no cejarán en su empeño pues sospechan, con tino, que su última oportunidad se la juegan en el próximo cónclave. Han empezado su trabajo contra lo que significa Ratzinger en el lugar que mejor conocen, los albañales. Del consistorio nos ocuparemos la próxima entrega.

Joseph Ratzinger. El papa que visitará México. Agenda 2012. 2>

Joseph Ratzinger. El papa que visitará México. Agenda 2012.

Jorge Traslosheros
Arrieros Somos

Benedicto XVI visitará México. Me parece necesario comprender quién es este hombre cuya importancia en la Iglesia de los últimos cincuenta años es innegable y, por  la densidad histórica vivida, lo será en el futuro. Para tal fin sacaremos provecho de la agenda que él mismo ha trazado para la Iglesia en el 2012.

El año en curso estará marcado por dos acontecimientos que serán decisivos para el rumbo de la Iglesia en el futuro próximo, parte importante del rico legado de Benedicto XVI y, en cierta forma, culmen de la trayectoria teológica y pastoral de Joseph Ratzinger.

El primero. En su carta apostólica “Porta Fidei” (La puerta de la Fe), el Papa convocó a la Iglesia a celebrar el cincuentenario del Concilio Vaticano II con un año de oración y reflexión, de octubre de 2012 a octubre de 2013. Su preparación ha dado inicio y se han librado ciertas orientaciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Deben ser entendidas como invitación a la imaginación evangélica y no como instructivo para abrir cajas de cereales. Como siempre en Ratzinger oración, reflexión y acción son unidad que gana coherencia por Cristo, con él y en él.

El segundo. Ha convocado a una asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, para tratar el tema de la “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”.

Ambos acontecimientos apuntan a consolidar un modo de ser Iglesia impulsado decididamente por el Concilio Vaticano II. Puesto en perspectiva histórica, constituyen la confirmación de una serie de transformaciones vividas por la catolicidad en el último siglo y medio. Digamos, desde poco antes del pontificado de León XIII, desde los tiempos de la conversión del beato John H. Newman, por ponerle tiempo y nombres significativos.

La riqueza y oportunidad de las convocatorias es mayúscula y tiene muchas líneas de interpretación. No obstante, quiero reflexionar sobre lo que implica para el ejercicio de la autoridad en la Iglesia, el futuro del Concilio Vaticano II y la concreción de la nueva evangelización. Ante la imposibilidad de agotarle en una sola entrega, iremos arriando las reflexiones por el camino.

Contra lo que dice la conseja ilustrada dentro y fuera de la Iglesia, la autoridad jerárquica sacerdotal está muy lejos de haberse desarrollado como un poder único ejercido por un Papa autárquico. Sería difícil encontrar un momento así en dos mil años de historia. Por el contrario, el caminar de la Iglesia está marcado por la presencia de una autoridad ejercida desde la tradición, por el sucesor de san Pedro quien es cabeza de la Iglesia, en comunión con el colegio episcopal. Se trata de parte importante de la tradición apostólica, fuente de legitimidad sacramental y potestativa.

Estamos ante la forma original de ejercer la autoridad en la Iglesia. Pedro es cabeza indiscutida, en comunión con el colegio de los apóstoles. Así, quienes hoy pretenden un Papa sometido a una especie de parlamento eclesiástico mundial o, por el contrario, unos obispos sin participación ni responsabilidad, dejan de lado parte sustantiva de la historia de la Iglesia, por lo que hierran en el intento.

La fuerte autoridad del colegio episcopal ha sido la menos atendida por los historiadores de cualquier signo, incluidos los católicos. Su forma constante y más acabada es la tradición sinodal ejercida desde los tiempos apostólicos a través de concilios ecuménicos, generales y provinciales, sínodos generales y diocesanos, sin dejar de considerar nuevas formas nacidas al calor del siglo XX, como las Conferencias Episcopales latinoamericanas.

Esta forma original de ejercer la autoridad ha sido muy dinámica a lo largo del tiempo. Cuando el equilibrio se ha roto las consecuencias han sido graves llegando incluso al cisma. El concilio Vaticano II le dio nuevo impulso. Fortaleció la figura del Papa y también la del colegio episcopal, al impulsar la celebración constante de sínodos generales ordinarios para tratar los más distintos temas como, ahora, la nueva evangelización. Los ejemplos de este tipo de asambleas se multiplican desde la época de Paulo VI.

Pues bien, Ratzinger fue uno de los teólogos más notables del concilio y después como arzobispo, prefecto y cardenal, ha impulsado esta forma de conducir a la Iglesia. No sólo en su larga trayectoria ha tenido oportunidad de participar en múltiples sínodos, también como Papa los ha convocado sin empacho para diversas materias y regiones del mundo, sin contar los muy numerosos que se han celebrado a nivel local y que, al final, han contado con el “fiat” del sucesor de San Pedro en confirmación de la comunión de la Iglesia. Traigo a la memoria, por ejemplo, la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Aparecida, los sínodos sobre la Eucaristía y la Palabra de Dios, así como los de África y Medio Oriente.

Nada más lejos de Benedicto XVI que la imagen creada de un hombre autoritario e intransigente. Joseph Ratzinger, en su trayectoria teológica y pastoral, ha sido uno de los grandes impulsores de esta forma original de ejercer la autoridad dentro de la Iglesia. Una milenaria tradición que el Concilio Vaticano II confirmó al renovarla con un profundo sentido de la historia. Pero de la relación del Papa con el Concilio nos ocuparemos en próxima ocasión.

Joseph Ratzinger y Henri de Lubac. Las incómodas palabras 2>

Joseph Ratzinger y Henri de Lubac. Las incómodas palabras

Jorge E. Traslosheros
jtraslos@unam.mx

Joseph Ratzinger tiene la facilidad de pronunciar, sin estridencias, palabras que suelen incomodar a más de uno pues hacen evidente la raíz de la crisis en que se encuentra nuestra cultura y que se manifiesta, así en los grandes indicadores económicos, como en el seno de los hogares y en el corazón de las personas.

A las pocas horas de haber pisado suelo madrileño, dijo en la plaza de Cibeles a una multitud de jóvenes ahí reunidos: “Hay muchos que, creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos. Desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias; dar en cada instante un paso al azar, sin rumbo fijo, dejándose llevar por el impulso de cada momento.”

La declaración causó tremenda comezón en algunos medios de comunicación y entre no pocos intelectuales “progres” (con la notable excepción de Vargas Llosa) quienes, de inmediato, se pusieron el saco acusando al Papa de haberse manifestado contra el aborto y la eutanasia, cual si hubiera atacado grandes logros de nuestra civilización.

Lo cierto es que Benedicto no hizo mención a estos asuntos en su discurso. Lo interesante es que así lo entendieron quienes armaron gran escándalo mediático. Sus razones habrán tenido para ponerse el saco con premura, lo que no es de sorprender. En efecto, el aborto y la eutanasia, tan propias de la agenda “progre”, nos muestran las consecuencias de una cultura narcisista que termina por perder el respeto a las personas. Se trata de un hecho confirmado en los grandes experimentos sociales, como en la cotidianidad del hogar. Narciso es mala compañía pues más temprano que tarde se convierte en un tirano.  Así, Ratzinger dio voz, como siempre, a la tradición profética judeocristiana que denuncia como la máxima idolatría el que el Hombre se coloque en el lugar de Dios pues, al hacerlo, traiciona su condición de criatura y termina por reducir al prójimo a una cosa.

La misma denuncia encontró una de sus más excelsas manifestaciones en Henri de Lubac, uno de los teólogos más notables de nuestro tiempo, precursor del Concilio Vaticano II. En la Navidad de 1943, en el París ocupado por los Nazis, el teólogo francés se dio a la tarea de analizar la raíz del absurdo que ensangrentaba a Europa y al mundo, producto de tres totalitarismos: el fascista (nacionalsocialista), el comunista y el del capital arrastrado por el mito del progreso sin límite.  Así nació El drama del humanismo ateo, uno de los libros más profundos que se hayan escrito en nuestro tiempo.

En esta obra maestra, de Lubac denunció las tesis del llamado humanismo en sus versiones positivista, marxista y nietzschana, para concluir con unas palabras que volvieron a resonar en las plazas de Madrid: “No es verdad que el Hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el Hombre.”

Sal y Tierra. De escándalos, cardenales y soledades 2>

Sal y TierraDe escándalos, cardenales y soledades

Jorge E. Traslosheros
jtraslos@revistavidanueva.mx

Se llevó a cabo el cuarto Consistorio del pontificado de Benedicto XVI. Su importancia es imposible de disimular. Fueron creados veintidós nuevos purpurados. Diez ocupan altos cargos en la curia vaticana, sus nombramientos son recientes y se hicieron con plena aprobación de Ratzinger. Ocho provienen de muy importantes iglesias del mundo como son la India, China, Italia, Alemania, Chequia, Holanda, Canadá y Estados Unidos. Cuatro más recibieron el capelo en reconocimiento a los servicios prestados a lo largo de sus más de ochenta de edad.

Ahora, el colegio de cardenales se encuentra formado en tercios casi iguales por hombres provenientes de: la curia; Europa y América del Norte; América Latina, Asia y África. Si observamos con detenimiento los cardenales no europeos dominan. Sin negar la importancia del necesario equilibrio al interior del Colegio, me parece más importante considerar los siguiente.

A partir de ahora, los purpurados nombrados por Benedicto XVI son mayoría. Si sumamos los que desde su nombramiento ya le eran afectos y siguen en funciones (no muchos), podemos afirmar sin equívocos que el actual colegio de cardenales son “generación Ratzinger”. El común denominador que los identifica es su Ortodoxia propositiva. Se formaron bajo la influencia del concilio Vaticano II, comprenden su interpretación y aplicación dentro de la lógica de la “hermenéutica de la renovación”, es decir, como la reforma profunda de la Iglesia sin menospreciar dos mil años de historia, han mostrado capacidad para dialogar con el mundo sin complejos ni temores, con alegría y decisión, dando razones claras de sus propuestas, sin negociar su identidad católica. Entre los nombrados sobresale, a modo de ejemplo, Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York, quien ha logrado consolidar su liderazgo en la muy importante Iglesia norteamericana, no ha tenido reparos en cuestionar con fuerza al presidente Obama por su avanzada contra la libertad religiosa y, además, fue protagonista del consistorio. Cosas similares podrían decirse de otros más.

Las dos tareas más importantes que realizan los cardenales -ser el principal apoyo del Papa y constituirse en colegio electoral del nuevo pontífice-, ahora se realizarán bajo la autoridad moral, teológica y eclesial de Ratzinger. Me queda claro que no se trata de buscar el control del próximo cónclave. Sería iluso y fuera del estilo del actual Papa. No obstante, uno de sus efectos directos es mermar considerablemente la capacidad de maniobra de quienes, desde diversos lugares (“progres” o “tradis”, no importa) pretenden sabotear la continuidad del Concilio.

Bien les dijo Benedicto XVI a los nuevos purpurados que su misión es “dar testimonio de la alegría del amor de Cristo”. En otras palabras, ser líderes de la Nueva Evangelización entre cuyas muy importantes tareas se encuentra llevar adelante el relevo generacional que consolidará el desarrollo del Concilio. Es ahora que se juega la suerte histórica de la obra iniciada por Juan XXIII. En esta lógica, es muy importante la continuidad de esta “hermenéutica de la renovación”.

Tengo la impresión de que Ratzinger cumple bien con el mandato evangélico de ser inocentes cual palomas y astutos como zorros. Me sorprenden, por decir lo menos, aquellas voces que han interpretado los últimos “escándalos”, fraguados en los laboratorios mediáticos, como señal de su soledad y debilidad. ¿Usted cree semejante afirmación? Yo tampoco.