La próxima visita del Papa a México está levantando mucha expectación. En general, los mexicanos compartimos el cariño con que la mayoría del planeta mira al Papa, aunque no faltan personas, algunas influyentes, tanto en México como en el resto del mundo, que no gustan de él ni concuerdan con todos sus gestos y tomas de posición.
Aunque personalmente me encuentro en el primer grupo, comprendo que puede y probablemente debe existir una crítica, ya que la crítica es consubstancial a la complejidad propia del pluralismo de nuestra sociedad. Es esta una cuestión importante que no conviene dejar caer entre paréntesis. Merece abordarla con decisión y reflexionar sobre los motivos que están detrás de ella.
Si bien es cierto que el Papa ha sido recibido muy mayoritariamente como una bocanada de aire fresco, también lo es que no todos lo han hecho por los mismos motivos. No todos esperan lo mismo de él. Esto es normal y puede ser que con el tiempo no todos los que hoy jalean al Papa continúen haciéndolo en el futuro y se sientan satisfechos de su labor. Esto forma parte de la vida humana. Lo que me parece innegable es que el Papa no intenta engañar a nadie y que sus gestos y manifestaciones públicas son las propias de un discípulo de Jesús que busca ser lo más fiel posible a la voluntad de Jesús y al estilo de vida que el maestro de Galilea adoptó. Y esto tanto en su vida personal como en su ministerio pastoral y, por tanto, también en el modelo de Iglesia que intenta implantar.
A los católicos todo esto nos debe llenar de gozo y de un sano orgullo, de un orgullo que no se quede en la figura de Francisco, sino que nos lleve a colaborar en la construcción de una Iglesia más fraterna y más samaritana, más al estilo de Jesús.
Volviendo a los críticos cabe distinguir en ellos, generalizando un poco, dos tipos. El primero lo forman los más conservadores, tanto católicos como no católicos, que se han sentido “profetas” en los tiempos difíciles de una sociedad materialista y hedonista y que en muchos casos camina hacia el postcristianismo, si no está instalada ya en él. Éstos han hecho de la defensa del derecho a la vida y de su oposición al aborto su portaestandarte. Y, en cuestiones más intraeclesiales, en los dos últimos pontificados se han colocado siempre de parte del Papa, como sus defensores incondicionales. Su lucha en contra del aborto ha sido ciertamente encomiable. Con todo, su actual actitud crítica en relación con el Papa Francisco, aunque no siempre la expresen con claridad, les debe alertar sobre si su defensa del papado era realmente una defensa del papado o, más bien, de unos pontífices que se apoyaban en ellos y pensaban como ellos. Puede ser que en su actitud haya habido mucho de ideologización de la fe y de algunos aspectos de la cultura de la vida. Pero, no cabe duda de que la inmensa mayoría de estos católicos conservadores proceden con muy buena intención, que son parte de nuestra Iglesia, y que, lejos de ignorarlos o minusvalorarlos, se les debe considerar como lo que son: miembros de la Iglesia de Jesús donde todos somos invitados a vivir el don de la comunión.
Más interrogantes plantean las críticas de personas que no actúan necesariamente por motivaciones religiosas, y que ven al Papa Francisco como un peligroso revolucionario-populista radical. A éstos no les mueve la fidelidad al Evangelio, cosa que sí mueve a los primeros, sino sus intereses económicos y sociales. En el fondo buscan desprestigiar la figura del Papa para no tener que responder a algunas preguntas acuciantes sobre la sociedad de hoy.
Ante esta cuestión, ¿cuál debe ser la actitud de los católicos? Creo que urge profundizar cada vez más en la función del papa como sucesor de Pedro. No debemos endiosar ni a Francisco ni a Juan Pablo II. Los papas tienen una función importante, pero en definitiva, quien guía a la Iglesia no son ellos sino el Espíritu Santo. Lo que debemos pedir es que tanto ellos como nosotros seamos dóciles al Espíritu. Todos tenemos que aprender a vivir en comunidad de hermanos donde no hay ningún señor y donde el papa ejerce un ministerio de servicio. Y por último debemos evitar, en la medida de lo posible y sabiendo que es una tarea nunca acabada, la insidia de la ideologización que nos divide en bandos para vivir en comunidad de hermanos, unidos por la misma fe en Jesucristo y compartiendo la misma vida.