El claro obscuro de la vida

19 mayo, 2021

Tenemos más de un año con unas circunstancias de reclusión muy especiales debido a la pandemia y nuestro estilo de vida cambió radicalmente sin que pudiéramos sugerir otras soluciones. El cambio fue drástico, sin preparación y sin contar con un tiempo, aunque fuera corto, para conseguir recursos y hacer esta nueva vida más llevadera.

La incertidumbre impregnó todo. En ese estado, nuestra interioridad se afectó con el primer impacto de la sorpresa, luego con el poco espacio para realizar todo lo que hacíamos en distintos sitios adecuados a cada actividad. La privacidad prácticamente se anuló. Y la cercanía de nuestros seres queridos sufrió un deterioro porque no había espacio para la reflexión solitaria, poner orden y recuperar la serenidad.

Aunque pudo haber momentos en que todos pudieron serenarse y rectificar, la mayoría de las veces eso no fue posible. Entonces la mayoría de los recuerdos son negativos. Y con una carga tan fuerte la primera idea es la de huir, de romper todo vínculo porque las relaciones han sido malas.

El remedio está en reflexionar sobre lo ocurrido y revisar los datos acumulados en la memoria y, así como cuando en una habitación se acumulan muchos objetos deteriorados y no sabemos cómo poner orden, preferimos que alguien se lleve todo porque ya no distinguimos lo que es útil de lo que no lo es. Preferimos no volver a verlo.

El problema grave es que en la experiencia que estamos pasando no se trata de objetos sino de personas. Y, aunque la tentación sea desecharlas, poner distancia, no volver a verlas, esa no es la solución. Ninguna persona se puede tratar como objeto inservible. Hacerlo así hiere a la otra persona y también nos herimos. Y estas heridas siempre permanecen y nos dañan.

El modo óptimo de proceder es trabajar en nuestra memoria, admitir lo doloroso de algún suceso, pero de inmediato comprender al otro y descubrir que ambos sufrimos lo mismo. El siguiente paso es perdonar al otro y pedir perdón. Cuando se reconoce una experiencia común es más fácil identificarse y perdonar, porque el sufrimiento fue semejante. Si se contempla la herida del otro, la propia pasa a un segundo plano. 

Este es un buen momento de reflexionar y rectificar si hace falta. Nuestra madre patria espera todo de sus buenos hijos.

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