Teresa García Ruiz
Anunciación.- Un Cristo negro nos evoca al barro negro de Oaxaca; un mantel bordado con delicadeza, nada atiborrado, todo lo contario: es suave y discreto, como el indígena chiapaneco que habla bajito y cantando. A la izquierda, san Juan Dieguito (así, en diminitivo es como se oye su nombre cuando de él hablan los indígenas del sur de México. A la derecha, la Virgencita de Guadalupe. Y a los pies de todos, las cascadas de Agua Azul. Que se escuche su pureza, su abundancia, su frescura… que se escuche la Vida que la crea y que la da para darnos vida, así que, que nadie ose arrebarárnosla. Es el cauce que causa la fecundidad de Chiapas y si alguien se atreviese a corromperlo, ni su conciencia podrá restaurar el daño que se haya cometido.
Ahí, en ese escenario, donde la diversidad étnica muestra sus atuendos hechos con lana pura, telar de cintura, bordados a mano, figuras naturales de extraordinaria belleza, donde se cuenta la historia de la creación y la vida, pero también lo cotidiano de las familias que entretejen día a día el Amor.
Una multitud de personas, provenientes, la mayoría, de los pueblos Tzotzil, Tzetzal, Tojolabal y la enorme variedad Maya, participaron en la Misa que Papa Francisco presidió, ahí, al pie de las montañas en el predio de los Servicios Deportivos del Municipio de San Cristobal de las Casas, Chiapas.
El altar fue colocado delante de una hermosa réplica de la Catedral de San Cristóbal de las Casas. Fue una ceremonia real, sin folklor, con el Espíritu de Dios en el corazón de los indígenas que oran en la lengua de sus antepasados, para fortalecer el corazón. Así lo dijo y así lo ofreción al Papa uno de los participanes en el altar: “Voy a rezar en Tzotzil, para fortalecer nuestro corazón”.
Al final de la Eucaristía, ellos entonan su bella musica originaria con viento, cuerda y percusiones (flautas, violines y marimba, principalmente. Lo hacen para danzar con el corazón y llenarlo de flores para Dios. Porque “Dios, los arboles, las plantas silvestres, el agua, los manantiales y nosotros, somos un solo corazón”, dijo al Papa, uno de los cuatro indígenas que le entregaron la Biblia en sus propias lenguas. Durante la ceremonia de entrega de la Biblia en cuatro idiomas indígenas, Papa Francisco recibió estas palabras de cariño, de viva voz de representantes de las etinias de Chiapas y Guatemala:
“Tatic Francisco: todos los pueblos de Chiapas, de México y Guatemala, estamos muy agradecidos por tu visita aquí en San Cristobal de las Casas, Chiapas. Gracias porque pones tu corazón en el nuestro y por la forma en la que nos enseñas, y porque, aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos como la virgen de guadalupe a san Juan Dieguito”.
“Tatic, llévanos en tu corazón con nuestra cultura, también con nuestra alegría y nuestros sufrimientos, con las injusticias que padecemos, con nuestros enfermos, y con la esperanza de Cristo resucitado. Aunque vives en Roma, te sentimos muy cerca de nosotros. Sigue enseñándonos el Evangelio y a cuidar la madre tierra que Dios nos dio. Ora por nosotros para que podamos cumplir las obras de la misericordia”.
“Muchas gracias Tatic, por autorizar nuevamente el servicio del diaconado permannete indígena, con nuestra propia cultura (aplausos ) con sus signos de cada uno de los pueblos de hombres y mujeres infígenas, por permitir el ritual de la misa en nuestros idiomas, porque así podemos comprender lo que Dios nos quiere comunicar y hablarle en nuestra propia lengua”.
“Muchas gracias Tatic que has llegado a nuestra tierra, somos descendientes del pueblo maya. Estamos unidos en el corazón del cielo y corazón de la tierra, como llamaban nuestros antepasados a Dios, según nos narra nuestro libro el Popol Vuh. Dios, los arboles, las plantas silvestres, el agua, los manantiales y nosotros, somos un solo corazón. Creeemos en un solo Padre y Madre Dios. Hoy con nuestro corazón agradecido y lleno de flores, te decimos Tatic Francisco muchas gracias”.
Y mientras unos se extendían a lo largo y ancho del predio, y otros subían al altar, todos se sentían uno, porque ellos saben que somos uno, uno con Dios Padre y Madre. Así que la fiesta en el corazón sigue y es grande.