La relación de la mujer con Dios ayuda al hombre a permanecer en Él
“Dios es Padre y Madre. Es Padre porque crea, llama, manda y gobierna; Madre porque abriga, alimenta, amamanta y conserva”
(San Agustín, en Ps 26,218)
Tere García Ruiz
@TRaltruismo tgarcia@somoshermanos.mx
Hombre y mujer somos diferentes. Pensar lo contrario es enterrar el talento del Amor. ¿Recuerdan la Parábola de los Talentos? ¿al que le tocó un solo talento le tocó el del Amor y lo enterró por miedo a perder en lugar de ganar? No escuchó que “el que quiera salvar su vida la perderá y el que la pierda por mí, la salvará”. Hay que emprender el camino del Amor, en la Verdad, siempre.
Durante el enamoramiento, y todo lo que ello significa, basta una buena formación para adecuar nuestra voluntad a la voluntad de Dios, y lograr que de la sorpresa pasemos a la bendición.
Sabemos, por el Génesis, que la mujer fue creada de la costilla de Adán. Y esta imagen nos educa en el Amor. La misma historia nos presenta dos tesoros escondidos que serán verdaderos tesoros si logran amarse uno al otro, como cada uno se ama a sí mismo, y mejor aún como Dios nos ama.
La mujer que ama a un hombre, nace, como mujer, del hombre a quien ella ama, ¿Por qué? Porque él la ama y el Amor es creativo, fecundo, se proyecta, propone, crea y fructifica.
Pero, además, el hombre protege a la mujer, a quien él ama. Él es para ella un principio vital y ella es para él su corazón. Admitamos que tanto la costilla, como el corazón son necesarios uno para el otro, y se hacen Uno para la misma misión y meta: vida, amor, resurrección y eternidad.
Quisiera apresúrame a decir todo más claramente antes de que los lectores sientan el impulso de refutarme. Pido apertura y paciencia para leer lo que intento explicar. Hablar del Amor no es cosa fácil, como tampoco lo es narrar una experiencia mística; las experiencias más bellas en nuestra relación con Dios nos ponen en aprietos cada vez que intentamos compartirlas. Y como el amor entre un hombre y una mujer es parte de las experiencias más bellas en relación con Dios, he ahí su dificultad.
Desde el noviazgo, la mujer y el hombre podrían capacitarse para vivir el plan de Dios: ser uno en el Amor, crecer, multiplicarse… Esto no sólo significa tener muchos hijos, sino estar abiertos a la vida y tener una relación fecunda, en la que permitan a Dios acrecentar los dones que dio a cada uno, y a ambos, para nutrir y alimentar de alegría y paz, el entorno en el que viven: humanidad y creación.
El plan de Dios es muy bello. Él mismo dijo que no es bueno que el hombre esté solo y le dio a una mujer, no le dio a otro hombre, sino a una mujer; y se la dio para que se uniera a ella, por siempre (Mateo 19,3-11). ¿Cómo hacer para que suceda el siempre? Tiene que ser un matrimonio lícito, como dice Jesús. ¿Qué es un matrimonio lícito? Aquel que nace del Amor, para el Amor. ¿Y cómo podemos garantizar que nazca del Amor? Educándonos en la Verdad, siendo humildes para abrazar la Verdad, capacitándonos para escuchar la voz de Jesús, conociendo y amando a Dios sobre todas las cosas; en suma: siendo libres y sabios para reconocer el Amor, y valientes para decir sí, cuando es sí, y no, cuando es no.
Ha habido mujeres, que se casan con hombres que no son muy buenas gentes, y hombres que se casan con mujeres problemáticas; y sin embargo, resulta que son matrimonios “para siempre”. ¿Cómo lo han logrado? Pues el más fuerte ayuda y soporta al más débil, y porque independientemente de sus problemas de temperamento, carácter y personalidad, en ambos hay Amor, y por eso, diálogo, comunicación, y perseverancia en el deseo de ser mejores personas. Al cabo de un tiempo, a fuerza de amarse, algo va pasando, poco a poco, y logran perfilarse conforme a las cualidades del Amor (1 Cor. 13)
En cambio, hay personas que, en esas circunstancias, se separan a la vuelta de la esquina. ¿Por qué? Porque en esa relación ilícita no había Amor de una o de las dos partes. Cabe destacar que cuando uno no ama, el otro tampoco, aunque se crea que sí. El amor es Trinitario: Dios, la mujer y el hombre. Así que sólo hasta que cada uno se relacione bien con el Amor (Dios, la Verdad, la Justicia, la Vida), podrá amar a otra persona y unirse de verdad y para siempre.
Ahora vamos con lo que sigue. ¿Cómo es que la mujer completa en el hombre la visión que él tiene de Dios? Esta parte del tema es hermosa, porque nos da la oportunidad de destacar y aquilatar las diferencias entre hombre y mujer, cosa urgente en nuestros días. Ya van varias generaciones que se han creído el cuento de la igualdad, sin encontrar las piezas espirituales, físicas y psicológicas que unen al hombre y a la mujer en un solo corazón.
Lamentablemente hay quienes, incluso dentro de la Iglesia, citan un fragmento de la Biblia para justificar su afán de igualdad. Por ejemplo: “Ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa” (Gálatas 3, 27-29).
Sólo citan “ya no hay varón ni mujer”, pero no dicen “entonces son descendientes de Abraham, herederos en virtud de la promesa”. Es tremendo que si estamos unidos a Jesús, no hagamos como Jesús, llevar nuestra vida a la plenitud con la ley y los profetas, leyendo la palabra de Dios en forma circular, desde el Evangelio hasta el Génesis y desde el Génesis, con la mirada puesta en el Evangelio, hasta el Apocalipsis. Así sabremos más de la naturaleza humana y el plan de Dios para con nosotros. Así distinguiremos entre ángeles y personas humanas, sin pretender ser ángeles; y así reconoceremos nuestras capacidades y límites, las diferencias entre lo visible y lo invisible, y al único Mediador entre Dios y los hombres: Jesús, el mismo Maestro que nos enseña el Plan de Dios, y que eligió para sí un papá y una mamá, el mismo que convirtió con alegría el agua en vino para que siguiera la fiesta de la boda en Cana; el mismo que supo decirnos a todos que María, la que escucha, eligió la mejor parte.
Para saber quiénes somos para Dios, hombre y mujer, y cómo la mujer completa al hombre su conocimiento de Dios, leamos la historia de María y José, y de ahí, la de Adán y Eva, pasando de visita por la vida de las mujeres heroicas del Antiguo Testamento y subrayando su misión en la vida de sus hombres y el pueblo de Dios, sin olvidar, por favor, a Séfora, la esposa de Moisés (Exodo 4, 18-31).
La explicación judaica de esta lectura es que tras recibir la instrucción de Dios y yendo de camino a Egipto para liberar al pueblo de Israel, Moisés tuvo una crisis muy fuerte, estaba aterrado… Séfora lo mira, y como lo conoce y lo ama, movida por la intuición, más allá de sus propios intereses, deseosa de que su marido cumpla su misión y sea feliz, urgida de darle la paz, ejecuta la circuncisión al hijo de ambos, y con la sangre del prepucio toca los pies de Moisés y le dice: “Tú eres para mi, esposo de sangre”. Así, ella devuelve la seguridad a Moisés, por un lado, y por el otro, al mismo tiempo, provoca la compasión de Dios. Séfora ha abrazado la fe y misión de su Marido, y se la ha transmitido al hijo.
Todo sucede en un instante. La mujer sabe lo que tiene qué hacer para que su marido alcance la plenitud de vida en su relación con Dios, y con el pueblo que le ha encomendado. La clave está en escuchar y mirar dos veces al hombre que amamos, conocerlo, darle seguridad, animarlo a cumplir su misión, y ayudarlo de manera idónea. ¿Cómo es “de manera idónea? Amándolo desinteresadamente e incondicionalmente, no para nosotras, sino para Dios; no con nuestro amor, sino con el de Dios.
El proceso es el siguiente: la mujer, mira y escucha con todo su ser al hombre elegido para ella –por ella y por Dios-. Así, el hombre atraído hacia ella, se abre paso, con Dios, como Moisés para cruzar el mar rojo. Entonces, el hombre entra al corazón de su mujer, a su psicología y afectividad, y ahí, sólo ahí, en el idioma del amor, puede escucharla, tomarla en cuenta para la toma de decisiones, comprenderla, seguirla en sus intuiciones, creer en ella y complacerla, sin saber que él ha sido bienvenido porque, antes, él, de algún modo, ya había influido en ella, y por alguna razón del Cielo, la ha penetrado previamente en su totalidad: emoción, razón y espiritualidad. Por eso es que ella puede ayudarle a cumplir su misión: porque él ha penetrado en ella, y casi podemos decir que, el hombre, para seguir su camino, necesita revisar la ruta en el corazón de su mujer, donde él es el hombre más genuino y auténtico, y también donde él cumple, y se prepara para cumplir, la voluntad de Dios. Hay que leer lo que he dicho muy despacio y con una mente circular que va de adelante para atrás y viceversa, por favor. Estamos hablando del milagro del Amor.
Dentro del corazón de la mujer que lo ama, el varón logra discernir, con ayuda de su mujer, si una cosa es amor o egoísmo, si hay vanidad o deseo de santificar el nombre de Dios, si una acción le lleva al cumplimiento de su misión o lo aleja de ella, si está sirviendo con todos sus dones o está evadiendo su entrega total, si busca su propio bien o el bien de la familia y la comunidad humana, si su visión de Dios es real o es fantasía, si hay misericordia en su forma de vivir o sacrificios inútiles e infecundos.
Podríamos decir, siguiendo las Escrituras, que la mujer tiene la capacidad de provocar, en el hombre, el máximo desarrollo, y si esto lo hace, con conocimiento y Amor de Dios, sea la esposa o sea la amiga, ella es la mejor compañía que Dios le ha dado a él, para bien de ambos y de la humanidad. Esto sucede, siempre y cuando ella ejerza los dones femeninos, ya que si los ha disminuido para vivir virilmente, lo que aquí se explica no encontrará en ella y su compañero de vida evidencias objetivas. Para que lo que digo sea verdad, necesito que me des a una mujer altamente femenina acompañando a un hombre.
Y para los que quieren refutar, cuenten que tienen siempre la libertad de hacerlo. Hasta aquí, alcanzo a escuchar, mientras escribo que alguien de entre los lectores me reclama: ¿Y no puede el hombre hacer eso mismo por la mujer? ¿No puede ser la mujer quien entre al corazón del hombre? Yo respondo así: El hombre elegido influye en la mujer, antes, durante y después… siempre… y la mujer corresponde con sabiduría para completar, en el hombre, la visión que tiene de sí mismo, del mundo y de Dios. La mujer es el corazón de hombre y el hombre es para ella la razón de su existencia, su mundo y su vida; por eso le ayuda a estar bien, pero no sólo en favor de ella, sino a favor de todo el clan y la comunidad humana.
Para terminar, baste decir que el hombre tiende a la dispersión; la mujer, a la permanencia en la comunión. Y lo que distingue este valle de lágrimas del Cielo, es decir de la vida futura, es precisamente el cambio y lo Permanente. Sólo Dios permanece, eso es lo que la mujer sabe de Dios y es lo que enseña al hombre, no con palabras, sino en su corazón, desde donde ella le escucha y le mira con todo su ser, para atraerlo nuevamente, cada vez que se va y tiende a dispersarse.
Dicho de otro modo: la mujer obedece (escucha con todo su ser) al hombre, para que el hombre obedezca a Dios. La mujer encuentra seguridad en lo permanente, por eso le resulta muy fácil conocer, amar y desear a Dios, pero también por eso, descubre el sabor del Cielo y de ese sabor nutre a su señor, el hombre elegido por ella y por Dios. Sólo así, el hombre completa su visión de Dios, y entonces, con sus decisiones y acciones, favorece la justicia social, el orden, la mesura, el amor y la paz para bien de la sociedad humana. Esto que digo sólo funciona, cuando la mujer es mujer.